Investigación con impacto

La batalla en el laboratorio contra el hígado graso, enfermedad que afecta a 1 de cada 4 chilenos

Publicado el 11 de diciembre, 2025 · 6 min lectura

Este año, la doctora en Ciencias Médicas de la Facultad de Medicina, Elisa Balboa, exploró nuevos enfoques para comprender cómo podría protegerse el sistema muscular en personas con hígado graso. Aquí, parte de la historia de su investigación y el porqué de su dedicación a combatir esta afección.


Fue en 2003 cuando se logró descifrar el genoma humano con la secuencia casi completa del código del ADN de la vida humana. Este gran evento científico mundial impactó en la joven Elisa Balboa, actual investigadora de la Facultad de Medicina de la Universidad Finis Terrae.

“Desde ese momento supe que podía conocer las funciones de los genes y diversos procesos que pudieran estar asociados a diferentes patologías”, recuerda.

Han pasado décadas desde ese descubrimiento. La académica estudió la Licenciatura en Bioquímica en la Pontificia Universidad Católica, obtuvo un Doctorado en Ciencias Médicas y ha dedicado años a investigar uno de los órganos cuyas enfermedades impactan en la salud pública actual: el hígado.

Su Fondecyt de Iniciación 2023, titulado “La luteína mejora la esteatosis hepática al facilitar la lipofagia mediada por TFEB en modelos de enfermedad hepática grasa asociada a disfunción metabólica (MAFLD)”, tuvo como objeto de estudio cómo la luteína puede ser parte de un tratamiento para el hígado graso.

La luteína, un pigmento natural presente en alimentos como el brócoli, el kale y la yema de huevo, es un aliado clave para prevenir y tratar esta enfermedad, promoviendo la salud hepática de manera natural.

Si uno consume, por ejemplo, una taza de espinaca diaria o de brócoli, o dos huevos, está dentro del consumo de luteína recomendado. “Nos enfocamos en ver el efecto de la luteína primero en modelos in vitro, en un contexto de laboratorio, simulando un estado de hígado graso. Le pusimos ácidos grasos libres a las células, además de administrarles luteína, y vimos que este tratamiento protege contra la acumulación de ácidos grasos en la célula, así como de varios parámetros, como el estrés oxidativo y la inflamación, que son consecuencias de la acumulación de grasa”, explica.

Uno de los puntos más destacables de la investigación es que en los estudios realizados en modelos animales se observó cómo se comportaban los músculos, considerando que las personas con obesidad o síndrome metabólico tienden a perder mucha masa muscular, fuerza y resistencia.

“Encontramos que en ratones con hígado graso la luteína suplementada en la dieta puede preservar ciertos parámetros musculares, como la fuerza y la resistencia, y lo que viene ahora es estudiar la parte molecular en las células musculares”, dice.

“Encontramos que en ratones con hígado graso la luteína suplementada en la dieta puede preservar ciertos parámetros musculares, como la fuerza y la resistencia, y lo que viene ahora es estudiar la parte molecular en las células musculares”.

Una enfermedad silenciosa

Esta investigación, desarrollada gracias al Centro de Investigación en Biomedicina (CIMBED) de la universidad, representa un avance en la búsqueda de nuevos tratamientos para el cuidado del hígado y la mejora de la calidad de vida.

El hígado graso es una enfermedad muy prevalente que afecta a una proporción considerable de la población en América Latina, con estimaciones que en algunos países alcanzan hasta aproximadamente la mitad de los adultos: “Es una enfermedad grave porque es silenciosa”, señala la doctora.

¿Y qué le sucede a una persona que tiene hígado graso? Cuando una persona tiene hígado graso, acumula grasa en el hígado y, en muchos casos, no provoca síntomas perceptibles al inicio. Por eso, muchas personas solo descubren que tienen la enfermedad cuando se realizan un examen médico o una ecografía por otra razón. Cuando sí aparecen molestias, los síntomas más comunes son fatiga, cansancio, menor tolerancia al ejercicio, sensación de hinchazón o pesadez. Todo esto suele acompañarse de otras alteraciones metabólicas, como resistencia a la insulina y sobrepeso.

Lo que se ha observado es que un paciente que reduce un 5% de su peso corporal mejora los parámetros del hígado si combina una alimentación adecuada con ejercicio. Sin embargo, la adherencia a este tratamiento no suele ser buena: muchas personas bajan de peso y hacen actividad física por un tiempo, pero luego abandonan el hábito. El problema es que, una vez que el hígado graso se instala, la enfermedad puede avanzar rápidamente hacia una esteatohepatitis, que es cuando aparece la inflamación. En ese proceso, el hígado —que está en permanente regeneración— comienza a formar cicatrices, conocidas como fibrosis. Estas cicatrices deterioran su capacidad metabólica y, dado que el hígado no genera síntomas hasta fases muy avanzadas, muchas personas consultan recién cuando ya presentan fibrosis o incluso están transitando hacia una cirrosis. El siguiente paso, en los casos más graves, puede ser un cáncer hepatocelular.

-¿El hígado es el único órgano afectado por el hígado graso?

-No. Aunque la enfermedad del hígado graso afecta directamente al hígado, también se ha observado que las personas con esta condición presentan con mayor frecuencia menor masa muscular y menor fuerza física, un fenómeno relacionado con un estado llamado sarcopenia (pérdida de músculo). Estudios han encontrado que la pérdida de masa muscular está asociada con una mayor probabilidad de tener hígado graso y con formas más severas de la enfermedad, y que la relación entre músculo y hígado puede influir en la progresión de la patología.

“Aunque la enfermedad afecta directamente al hígado, también se ha observado que las personas con esta condición presentan con mayor frecuencia menor masa muscular y menor fuerza física, un fenómeno relacionado con un estado llamado sarcopenia”.

Mejorar la calidad de vida

Esta investigación se desarrolla en la Universidad Finis Terrae con la colaboración de otras instituciones. Los estudiantes que realizan los experimentos provienen de la Universidad Mayor y de la Pontificia Universidad Católica, y todos los experimentos con ratones y modelos animales se llevan a cabo en el INTA de la Universidad de Chile. La académica también realizó una pasantía en la Universidad de Groninga, en Holanda.

El objetivo para 2026 es seguir estudiando los hallazgos musculares, porque las personas que tienen mayor masa muscular presentan un mejor envejecimiento y enfrentan de mejor manera los tratamientos en la UCI, con mejor sobrevida que una persona con atrofia muscular.

“Claramente, hay una conversación entre músculo, hígado y tejido adiposo, y muchos grupos de investigación están tratando de dilucidar cómo interactúan estos órganos en un marco de enfermedad metabólica”, dice la doctora.

Este estudio no solo avanza en el conocimiento científico, sino que también busca mejorar la calidad de vida de millones de personas afectadas por enfermedades metabólicas y hepáticas, además de contribuir a aliviar la carga sobre el sistema de salud público.