Nuestra misión es contribuir a la formación integral de personas que sean agentes de transformación de la sociedad y de la cultura conforme a los valores cristianos y construir una comunidad académica de excelencia que busca la verdad, el bien y la belleza.
De esta definición, se desprenden las funciones universitarias que desarrolla nuestra Institución. En primer lugar, no es posible comprender la formación integral de la persona humana, fin esencial de la Universidad, si no se asume que la perfección de la inteligencia es el conocimiento de la verdad, siendo la Universidad el lugar privilegiado para ello. La inteligencia es capaz de conocer la verdad sobre el bien, motor de nuestra voluntad y por tanto, de todas nuestras acciones. De ahí que no se pueda disociar el buscar la verdad del consecuente sentido moral que esa búsqueda conlleva, porque está implícita en ella misma. El hombre conoce para poder actuar y su actuar debe, a su vez, estar dirigido por aquello que conoce. Por ello, una formación integral no sería tal si no considerase la reflexión ética como parte esencial de la misma.
En segundo lugar, la Universidad se reconoce inmersa en la sociedad; de ahí que busque influir en ella a través de la formación de personas y de la investigación, pero también estableciendo una relación que permita, de manera bidireccional, aportar y recibir su aporte.
Por otra parte, el conocimiento humano debe ser incorporado en el desafío más alto que da origen y define no sólo la actividad, sino la identidad misma de la Universidad, esto es, la búsqueda de la verdad. En efecto, ella no es solo tarea universitaria, sino también un anhelo natural del ser humano, pues sólo desde la verdad se ilumina la vida del hombre.
«Todos los hombres desean saber, y la verdad es el objeto propio de ese deseo (…) Es, pues, necesario que los valores que se persiguen con la propia vida sean verdaderos, porque solamente los valores verdaderos pueden perfeccionar a la persona realizando su naturaleza»[1]. Educar a la persona según su dignidad exige, por tanto, que se le ayude a conocer la verdad. Asimismo, la belleza es la expresión visible del bien, así como el bien es condición de posibilidad de la belleza. Verdad, bien y belleza no son valores autónomos, sino expresión de un mismo ser. La belleza genera en el espíritu humano la admiración y ésta pone en marcha en el intelecto la búsqueda de la verdad que, una vez encontrada, aquieta y llena de gozo el corazón del hombre. “La belleza es conocimiento, ciertamente una forma superior de conocimiento, puesto que toca al hombre con toda la profundidad de la verdad. El encuentro con la belleza puede ser el dardo que alcanza el alma hiriéndola, le abre los ojos, hasta el punto de que entonces el alma, a partir de la experiencia, halla criterios de juicio y también capacidad para valorar correctamente los argumentos”[2].
[1] Juan Pablo II, Fides et ratio, 25
[2] Ratzinger, J.; Mensaje a los participantes del Meeting de Rímini, en Humanitas 2005