Con su historia de vida, esta profesora de la Escuela de Psicología ha convertido su condición de persona ciega en una profunda lección sobre la trascendencia del ser humano.
Coordinadora de Postgrado y Educación Continua de la Escuela de Psicología de la Universidad Finis Terrae.
Magíster en Gobierno y Cultura de las Organizaciones, Universidad de Navarra. Licenciada en Historia y Educación, además de profesora de la misma asignatura en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Tiene más de siete años de experiencia docente en educación media y más de diez en educación de adultos. Trabajó en el área de gestión de personas del Banco BCI. Actualmente, en la Escuela de Psicología de la Universidad Finis Terrae dicta los cursos Raíces Históricas de la Psicología e Historia de la Psicología, además de ser la coordinadora de postgrado y educación continua en esa unidad académica. Es autora del libro “Antes de Freud, una Aproximación a las Raíces Históricas de la Psicología”.
Valentina Velarde recuerda que se enamoró de la historia gracias a un antiguo relato de desamor. El romance truncado de Désirée Clary, novia de Napoleón que fue abandonada a un mes del compromiso y cambiada por la acaudalada Josefina de Beauharnais, fue su primer acercamiento a interesarse por las formas de vida del pasado. Así de intensa es la sensibilidad de esta profesora de la Escuela de Psicología de la Universidad Finis Terrae.
“Leí el libro ‘Désirée’ en tercero medio y a través de esa historia pensé ‘puedo conversar con Napoleón porque existe la posibilidad de un diálogo con el pasado que me permite entender sus móviles, por qué hizo esto, qué pensaba él, qué quería, cuál era su objetivo, cuáles sus dolores”, describe. Y agrega con humor: “Obviamente, Napoleón no me iba a contestar, no se trataba de hacer espiritismo. Pero al conocer más de la historia de la época, podría seguir la huella de ese ser humano y entenderlo. Porque al entender a otro, me empiezo a entender a mí misma. Y este diálogo con el pasado me da luces sobre quién soy”.
Nacida como la menor de cuatro hijos, Valentina Velarde llegó al mundo con la misma discapacidad visual de su hermana mayor. Una ceguera congénita que hizo que su formación intelectual fuera al amparo de escritos en braille o en audiolibros, como fue el caso de ‘Désirée’:
“En cierto sentido tengo suerte porque mi hermana mayor también es ciega. Entonces, mi familia aprendió con ella. Cuando nací, ya habían investigado bastante, habían hecho un aprendizaje social y cultural que sirvió para cuando llegué”, declara.
Y detalla: “Mi mamá tuvo una intuición interesante. Decía que las personas ciegas que había observado tenían muy mala ortografía. Entonces, decidió no ejercer como trabajadora social y se dedicó a que nosotras fuéramos a un colegio de personas sin discapacidad, en una época en que no existía la tecnología que hay hoy. Ella misma nos escribía los libros en braille para que pudiéramos participar de la clase. Fue su trabajo durante toda mi infancia”.
Educada en una casa llena de libros, con un abuelo historiador, Valentina Velarde tuvo pocas dudas a la hora de elegir una vocación humanista. “Había una mirada familiar hacia las letras, hacia el teatro, hacia la creación artística. Y la misma pedagogía encontré en el movimiento católico Comunión y Liberación, al que pertenezco desde chica, que enseña que todos tenemos un sentido religioso, una búsqueda de la belleza, de la justicia y de la verdad que los grandes de la historia han plasmado en la música, poesía, literatura y en todas las formas del arte. Entonces, no fue raro que, cuando empecé a buscar mi vocación, todo confluyera hacia la historia”, recuerda.
Sentada en una cafetería cerca de la Universidad, donde acaba de terminar una reunión con una tesista que guía en el magíster de Psicología Integral de la Persona, Valentina cuenta que en su época de estudiante la inclusión no estaba tan presente como hoy: “La única experiencia que había tenido la Universidad Católica con personas ciegas era en Derecho. Me dijeron que por qué no entraba ahí. Pero yo quería Historia, y ahí hubo que abrir un poquito de camino. Fui a conversar con el director de la Escuela de Historia y se abrió la postulación especial”. Junto a ella descansa Cooper, el perro lazarillo que la acompaña hace años en cada desplazamiento por la ciudad.
Valentina recuerda que cursando la Licenciatura en Historia comenzó a cuestionarse su futuro laboral: “Esto sonará extraño, pero cuando me enfrento a decisiones vitales, rezo. Le digo a Él, ‘pero si tú me creaste con esta característica, algo tienes que haber pensado para mí porque en verdad no se me ocurre en qué voy a lograr trabajar’. Me di cuenta que un buen historiador trabaja con fuentes y que la fuente hay que ir a buscarla al archivo, a la Biblioteca Nacional, por ejemplo. Y las fuentes antiguas están impresas o en microfilm y no se pueden sacar de las bibliotecas”, explica.
No fue fácil. Tampoco me imaginaba mucho en el campo laboral así. Le tenía miedo a la pedagogía. Ahora estoy conversando feliz contigo, pero esto de estar en el medio de una sala hablando en voz alta no me acomodaba, no me imaginaba una audiencia con alumnos. La historia tiene un ámbito social, pero no es el que me cautivó. A mí me cautivó el ámbito individual, esto de entenderme a mí misma.
Sí, sé que no se nota porque hablo mucho, pero sí, soy más introvertida. Me gusta pensar constantemente, soy un poco rumiante. Y en ese momento tenía que pensar dónde y cómo sigo.
Tenía claro que, ya que había estudiado, debía trabajar. Ahí vino otra decisión rezada en el sentido de ‘¿ahora en qué trabajo?’. Un conocido me contó de un aviso de trabajo en el Santiago College. Pensé que si algún colegio me podía tomar era ese, porque conocía a su psicóloga, que era ciega y que había sido un pilar importante para mis papás en nuestra educación. Me llamaron. Pero tuvieron que repensar la situación, porque ellos, con toda razón, me decían que la Cristina como psicóloga trabajaba sola, no en una sala de clase. Fue la directora del departamento de historia quien decidió jugársela por mí porque dijo que mucha gente venía a trabajar durante un año y se iban porque, en verdad, el trabajo no era tan fácil. Entonces, ella pensó que como yo estaba acostumbrada a los desafíos difíciles no me iba a ir.
Valentina cuenta que se quedó durante siete años enseñando historia contemporánea a alumnos de tercero y cuarto medio que tomaban el electivo del programa del Diploma del Bachillerato Internacional. Pero luego, surgió en ella la necesidad de emprender otro cambio más. “Lo que más me gusta en la vida es aprender. Me hace muy feliz ir aprendiendo cosas nuevas e intentar aportar eso al mundo”, resume. Y agrega: “Además sentí que empezaba a cerrar el ciclo. Tenía 30 años y me imaginé 30 años más haciendo la misma clase y dije: ‘no’. Mis amigas que estaban en Europa me dijeron ‘vente a hacer un magíster’, y me fui”.
Con un máster en Gobierno y Cultura de las Organizaciones realizado en España, Valentina regresó a Chile a empezar un nuevo ciclo. Chile había avanzado pasos en la inclusión y no le fue tan difícil encontrar un espacio en la banca privada. Comenzó aplicando al call center, donde trabajan otras personas con discapacidad, pero a poco andar su formación académica la ayudó a integrarse al área de recursos humanos.
En eso estaba cuando le llegó la invitación para sumarse al cuerpo académico de la Finis Terrae: “Aprendí mucho en el banco, fue una experiencia súper bonita. Estuve en desarrollo organizacional, aprendí a gestionar capacitaciones y a entender las necesidades de las personas de la empresa. Pero había algo que me faltaba, algo trascendente que sentía que podría profundizar mejor en el mundo de la educación”.
Catalina Cubillos, una de las fundadoras de la Escuela de Psicología, la invitó a hacerse cargo de los ramos Raíces de la Psicología e Historia de la Psicología. “En la escuela preferían que ese curso no lo enseñara un psicólogo, porque cuando el psicólogo cuenta la historia lo hace desde su perspectiva, desde su enfoque teórico, entonces se les ocurrió que la asignatura la dictara un historiador”, explica.
Que estaba en expansión, que se había adscrito a la gratuidad, que muchos de sus alumnos eran la primera generación de su familia que llegaba a la universidad. Era totalmente distinto a lo que había hecho en el Santiago College, ahí se trataba de niños con más herramientas, que venían muy bien preparados. Acá en cambio serían alumnos con muchas ganas de estudiar, pero que habría que ayudarlos más en su proceso de formación y eso me pareció desafiante, era nuevo para mí. Además, es una universidad que pertenece a un movimiento católico que explícitamente quiere educar en la búsqueda de la belleza y la verdad y está en el centro de la ciudad, o sea, que no se fue a la cota mil.
Me da la impresión de que con mis alumnos pasa lo mismo que les pasa a todos cuando están frente a alguien que, entre comillas, es más vulnerable: aparece lo que la persona realmente es. Sobre todo, cuando tú no la miras, porque las barreras bajan. Al mirar se ejerce sobre el otro un locus de control. Es muy bonito, pero a veces es doloroso. Bonito porque el otro puede ser tímido y sentirse acogido; o puede ser una persona que se controla mucho bajo la mirada del otro y frente a mí se relaja y aparece su ser personal; y doloroso porque, cuando no la miras, puede aparecer su lado, entre comillas, más complejo y entonces va a tender a mentir
Va a hacer cosas que probablemente con otro profesor no haría.
Les digo: “ustedes que siempre reclaman ser discriminados ¿han pensado que contestar la lista por el compañero sin avisarle a la profesora es discriminación? De hecho, usted no lo haría con un profesor que ve. O, por ejemplo, nunca se iría de la sala sin permiso cuando lo ven”. Entonces, siempre digo: “cuando actúen frente a mí, piensen primero si lo harían igual ante una profesora que ve, porque si no es así, quizá están cometiendo un acto de discriminación. Y como futuros psicólogos los invito a reflexionar sobre esto, porque sus pacientes son personas que necesitan ayuda, son vulnerables”.
Es un tema vital para mí. Ojalá los estudiantes lo entiendan así.
Luego, Valentina agregará sobre el sentido profundo que han tenido sus propios aprendizajes de vida: “En este camino me he descubierto como un ser trascendente, como un ser que no se hace a sí mismo, que debe salir de sí mismo en un encuentro con los otros y que tiene que buscar la forma de desplegarse y de servir en los distintos ámbitos y oportunidades que me ha ido dando la vida”.