El destacado abogado conoció el proyecto universitario y a sus fundadores desde su gestación. En su vínculo laboral de más de 20 años no sólo llegó a ser rector, sino que fue un apasionado impulsor del sello artístico de la casa de estudios.
Roberto Guerrero del Río Rector, decano de Derecho y secretario general de la Universidad Finis Terrae (1987-2009).
Abogado de la Universidad de Chile. Tiene una amplia trayectoria académica. En la Universidad Finis Terrae además de los cargos directivos dictó la cátedra de Arbitraje Comercial Internacional en la Facultad de Derecho (2005-2010); fue profesor de Derecho, en la Facultad de Economía, de la Pontificia Universidad Católica de Chile (1989- 1990) y profesor en el Magíster de Derecho Procesal, de la Universidad Andrés Bello (2011). Es uno de los socios fundadores del estudio Guerrero Olivos. Se especializó principalmente como árbitro y forma parte de las áreas corporativa, financiera y laboral.
El abogado Roberto Guerrero del Río (1942) tiene certeza jurídica sobre los orígenes de la Universidad Finis Terrae: “Teníamos la inscripción número 2 de las universidades privadas cuando se creó el sistema en el país”, dice para aludir al decreto con que en enero de 1981 vino a dar respuesta a la creciente demanda de formación profesional que los planteles tradicionales no estaban logrando satisfacer. “Las universidades estatales no tenían capacidad suficiente y el Estado tampoco tenía medios para dedicarse a crear universidades”, agrega uno de los hombres que desde muy temprano estuvo ligado a la creación de la Finis.
Era un grupo de gente que tenía inquietud por los asuntos públicos, por el desarrollo de la sociedad. Estaban guiados por una visión libertaria, sin dogmatismo, de crear una universidad que no perteneciera a ningún partido político ni grupo económico, o sea de no tener que responderle a nadie. Los líderes de esa época eran don Julio Philippi (abogado), Carlos Alberto Cruz (arquitecto) y Pablo Baraona (economista). Ellos estaban liderando, aunque había varios más en los primeros fundadores; y yo me sumé un par de años después, en 1983, como asesor legal.
Sentado en un sofá de su departamento exquisitamente alhajado con obras arte contemporáneo, el abogado recuerda con detalle los inicios del proyecto académico: “Era bastante ambicioso. Con mucho énfasis en temas filosóficos, con un pregrado muy parecido a lo que son los college y universidades norteamericanas, donde había un par de años de formación común para todas las carreras. Pero eso no resultó porqueimplicaba una inversión muy grande y
vino la crisis económica del 82, entonces, no se pudo desarrollar el proyecto tal como estaba; y por un buen tiempo”.
Una vez sorteada la crisis se decidió retomar el proyecto en 1987 para abrir la primera matrícula en 1988. “Se reestructura el Consejo, queda como gran líder y rector Pablo Baraona, y se desiste del proyecto original porque nadie tenía capital para sostenerlo. Así es que decidimos partir con
las carreras que se pudiera y después ir creciendo”, explica Guerrero.
El abogado recuerda que los dos primeros años de la universidad se vivieron en una casona arrendada en el Barrio República, y las primeras carreras que se impartieron fueron Derecho e Ingeniería Comercial. A él le tocó asumir la doble función de decano de Derecho y secretario general. “Arrendamos
primero la sede de Grajales y Vergara donde operamos sabiendo que era muy provisorio. Era una casa antigua, bonita, pero tan chica
que apenas estaban las oficinas del rector, el secretario general y el vicerrector económico. Ahí también llegaban los profesores. Estábamos
conscientes de que no podíamos seguir mucho tiempo si crecíamos. Y teníamos que crecer. Entonces, también me tocó participar junto con el rector en la búsqueda y la compra de la casa donde está la sede actual, y después seguir desarrollándola”, resume.
Muy bonito, exigente, estimulante, tanto desde el punto intelectual de crear una universidad junto al trabajo de profesores y alumnos como en el trabajo de gestión. Porque la gestión es clave. Pero ahí el gran líder fue Pablo Baraona. Él tuvo la visión. Era un gran amante de la libertad y de dejar libre
a la gente para hacer las cosas. Fue sin duda un gran motor.
Guerrero se refiere así a Pablo Baraona Urzúa (1935-2017), el político y economista formado en postgrado en la Universidad de Chicago, considerado uno de los impulsores del modelo de libre mercado implantado en el país durante los años 80, y ex ministro de Economía y Minería durante el gobierno del general Pinochet.
Seguimos haciendo lo que estábamos haciendo. Recién partíamos cuando fue la elección del año 89. No constituyó ningún trauma, por el contrario, era una oportunidad. No fue que uno dijera “mira aquí vamos a cambiar nuestro enfoque” o “vamos a hacer distinto lo que estábamos haciendo”. No, no hubo ningún cambio.
Para nosotros era un orgullo lo que había hecho el grupo que estuvo en el comienzo de nuestro proyecto. Después incluso se incorporó al Consejo, Sergio de Castro (también economista formado en Chicago y ex ministro de Hacienda) y Álvaro Bardón (U. de Chicago y ex presidente del Banco Central).
Era gente importante que había participado en el gobierno militar. Pero eso no significó ninguna discriminación desde los nuevos gobiernos. De hecho, a una de las primeras inauguraciones de año académico vino a dar un discurso como ministro de Educación, Ricardo Lagos, en el gobierno del Presidente Aylwin. O sea, nunca tuvimos discriminación, porque si bien obviamente teníamos una manera de pensar en lo político, no hacíamos política en la Universidad.
Con memoria prodigiosa, Roberto Guerrero es capaz de ir detallando cómo la Universidad no sólo fue creciendo en el número de carreras que se impartían, en las facultades, en el espacio físico que se habilitaba en los terrenos de Casa Vial, sino que también en la diversidad de quienes se fueron integrando
a su comunidad académica a nivel de profesorado y de estudiantado. Él mismo, un hombre amante del arte y casado con la galerista María Elena Comandari, dueña de ArteEspacio, cumplió un rol clave en la captación de creadores que dieran estatus a esa área de formación.
“Llamé a Mario Toral que en esa época estaba viviendo en Nueva York para incorporarlo como decano de la Facultad de Arte. Tuvimos muchas conversaciones por teléfono hasta que se convenció y tomó el compromiso de venir. No venía full time, porque seguía viviendo en Nueva York, pero participó en la gestación del proyecto porque no sólo es un gran artista plástico, sino que tiene muchas otras dimensiones en el campo artístico, en el cine, el pensamiento. Lo entusiasmamos”, cuenta y se acomoda en el sofá, entusiasmado también por el recuerdo. Sobre uno de los muros de este departamento invadido de arte, justo detrás de él, destaca una obra de gran formato de Andrés Vio, uno de los artistas plásticos más destacados que han egresado de la Finis. Guerrero agrega sobre su pasión: “Yo participé hasta en la redacción de los currículos de las carreras de los ramos de artes plásticas. Fue bonita esa época”.
Ahí sucede una cosa muy curiosa. No todos maduran al mismo tiempo y en la misma forma. Nos dimos cuenta de que había mucha gente que sale del colegio siendo muy inteligente, pero no habían madurado. Era gente que no tenía buenas notas y no daba buenas pruebas de selección universitaria. Pero podían tener un potencial muy grande. Y eso vale para todas las carreras. Tuvimos alumnos muy inteligentes que la misma falta de madurez no les hacía estudiar antes. No quiero ni nombrarlos, pero son personas que maduraron en la Universidad. Se produjeron casos de grandes explosiones de gente talentosa que maduró.
Claro, cursos más chicos. Pero no eran tan chicos tampoco, teníamos cursos de hasta 90 alumnos. Pero, por otro lado, tampoco queríamos hacer una cosa tan masiva que entrara cualquiera.
Teníamos claro que como Universidad había que crecer. Empezó a cambiar la visión de las universidades, no tanto desde el ideal, sino desde lo que implicaba el modelo de desarrollo. Una Universidad de los nuevos tiempos requería tener más jornadas completas, más gente haciendo investigación, vinculación con el medio. Los que seguíamos en el Consejo éramos gente normal, no teníamos ninguna fortuna y teníamos que ver cómo crecíamos más y cómo nos hacíamos cargo del hecho de que no nos podíamos eternizar, íbamos a envejecer, y lo importante era cómo hacer permanecer en el tiempo
como institución. Entonces, en la búsqueda apareció esta congregación que ya había adquirido una universidad chica, la Alonso de Ovalle. Conversamos con ellos del proyecto. Planteamos siempre nuestros puntos de vista: tenía que ser una universidad tolerante, que no fuera dogmática. Los mismos principios que habíamos considerado cuando partimos ahora había que traducirlos en una organización ya más grande, que podría obedecer a influencias distintas, pero que tenía que mantener esos principios.
Lo político, lo religioso o lo empresarial, porque tampoco podía venir un grupo económico a comprarnos. En fin, duplicamos el patrimonio y nos permitió crecer. Hasta que al final se zanjó con seguir adelante con la Universidad haciendo un cambio y definimos cómo iba a ser a la larga el retiro nuestro cuando Pablo Baraona ya dejara de ser el rector. Hay una discusión bastante fuerte sobre quién lo iba a suceder. A nosotros nos interesaba que siguiera el proyecto como estaba pensado, creíamos que si había un cambio muy radical el proyecto se podría desdibujar. Hasta que en 2004 se decidió que yo fuera rector. Y me quedé 5 años más hasta 2009, el período fijado por estatuto, dedicando prácticamente todo mi tiempo a mantener y hacer crecer el proyecto. Pasaba todo el día en rectoría, a mi oficina de abogados iba después de las 7 de la tarde, a veces, cuando podía.
Sí, creo que la esencia de la Universidad sigue siendo así como se concibió. Si algo ha cambiado ha sido por una evolución, pero no en un sentido radical. Sigue manteniendo un sello humanista y de gran desarrollo a nivel artístico. Como en todas las instituciones y cosas de la vida, uno no puede ser un eterno nostálgico.