Desde 2010 el escritor y ex canciller encabeza la Cátedra Ampuero, un espacio de análisis político y social que impacta más allá de la Universidad Finis Terrae.
Roberto Ampuero Espinoza. Fue ministro de Cultura (2013-2014), canciller (2018-2019) y embajador de Chile en España (2019-2022).
Como escritor, destaca su saga de novelas protagonizada por Cayetano Brulé, que comenzó con “Quién mató a Cristián Kustermann” (1993), que recibió el Premio de la Revista de Libros de El Mercurio, periódico que eligió a “Los Amantes de Estocolmo” como Libro del año 2003. En 2006, su novela “Pasiones griegas” es destacada en China como la mejor novela publicada en español. Entre sus mayores éxitos editoriales está “Nuestros años verde olivo” (1999).
En 2013, el seminario “A 40 años del golpe. El estado de la democracia en América Latina” de la Cátedra Ampuero, creada tres años antes por la Universidad Finis Terrae, fue un buen reflejo del clima político y social que marcó esa conmemoración. Los consensos y la moderación de entonces contrastan radicalmente con el ambiente del país diez años después.
Para el creador de esta cátedra, el escritor, ex canciller y ex ministro de Cultura, Roberto Ampuero, hay una explicación clara para ese cambio: “Porque antes ningún Presidente intentó obtener rédito en beneficio de un sector político”, dice.
Ampuero se siente cómodo hablando de política contingente. Sostiene que hacerlo en un contexto universitario no sólo es necesario, sino “crucial”. Con ese fin, aceptó en 2010 la propuesta del rector Nicolás Cubillos y la entonces vicerrectora de Comunicaciones, Constanza López, de desarrollar esta cátedra en la Finis Terrae.
Ampuero, un nómade por naturaleza, vivía entonces en Estados Unidos. “Me invitaron a unirme a la Universidad Finis Terrae y nos propusimos crear una instancia que irradiara hacia los estudiantes y la sociedad ideas en la intersección entre cultura y política”, define hoy, a 13 años del nacimiento de la Cátedra Ampuero, como se bautizó esa instancia
A mí me sorprendió gratamente ver que una universidad de mi país buscaba renovar el contacto con la sociedad y se acercaba a un escritor y académico con opinión política independiente, residente en el exterior, para impulsar la transferencia de experiencias universitarias norteamericanas. Conocía de Estados Unidos y Europa la vitalidad de las universidades privadas y me resultaba un desafío seductor.
Ampuero, creador de Cayetano Brulé, un personaje ya icónico de la literatura chilena, que nació en 1993 en su novela “¿Quién mató a Cristián Kustermann?”, aterrizó en la Finis Terrae con su maleta de escritor y así se reflejó en la primera Cátedra Ampuero 2010, que contempló el seminario “La Cuba que conocí y el enigma de su futuro”, un taller de narración para profesores de enseñanza media y el Primer Encuentro de Profesores de Escritura Creativa.
Los universitarios no se desarrollan en un espacio intelectual ajeno a la realidad o a las tensiones del país, y se supone que en gran medida integrarán una élite educacional con incidencia en el destino nacional. Lo importante es respetar en estas actividades “lo universal”, transversal y diverso del mundo pluralista, porque así el beneficio para el estudiante y el país será mayor. Se comete un error (yo incurrí en él cuando joven) cuando el estudiante se confina a una sola visión de las cosas sin conocer la diversidad de visiones que existe en una sociedad pluralista. Nuestra Cátedra invita a personalidades a exponer y a ser consultadas en un marco de absoluto respeto. Es nuestro orgullo.
Toda universidad en un país democrático tiene desde su fundación identidad valórica más o menos definida que puede derivar en una opción política más o menos amplia, que a su vez puede ser redefinida en los hechos por programas de estudio y la composición de académicos y estudiantes. La definición es crucial para que el estudiante o sus padres escojan la casa de estudios. No existe una transferencia de conocimientos, menos en una sociedad en crisis, ajena a los principales vaivenes de la sociedad. Lo comprobamos mediante un ejercicio básico: existe una correlación entre la influencia de sectores políticos en los centros de alumnos universitarios y los derroteros políticos que el país recorre después.
Es importante no convertir una universidad en un ámbito donde lo primordial deja de ser la transferencia de conocimiento, valores y actitudes, y pasa a ser una arena para el debate político-partidario. En una etapa a nivel mundial en que la política y los políticos carecen de aprobación ciudadana, es clave recuperar el valor originario de la política en la antigüedad, vale decir, acercarse a los problemas de la polis a través del conocimiento de las ideas políticas, los respectivos proyectos y sus líderes, a los que hay que escoger con lupa. Veo que la Universidad Finis Terrae despliega desde siempre un esfuerzo valórico y cívico que celebro, y creo que nuestra Cátedra aporta un grano de arena a esta obra.
Son muchos inolvidables, pero en términos internacionales diría que los agudos analistas Andrés Oppenheimer, Álvaro Vargas Llosa y José María Lasalle, así como la política española Cayetana Álvarez de Toledo, el excanciller mexicano Jorge Castañeda y el exdirector del legendario International Writer’s Workshop de Estados Unidos. Todos ellos dejaron la vara muy alta. Durante la pandemia de COVID-19 mantuvimos vía Zoom la Cátedra y logramos expandir nuestro alcance y acrecentar nuestra convocatoria. A nivel nacional han sido muchos los intelectuales, políticos y académicos que hemos invitado, y cada uno ha dejado su sello y su aporte a la reflexión. Siempre enfatizamos que en nuestra Cátedra “son las ideas lo que importa”.
La vida de Ampuero está documentada, por sí mismo en las autobiografías “Nuestros años verde olivo” y “Detrás del muro”, y por innumerables artículos y entrevistas que buscan desentrañar qué hay detrás de un cambio tan radical como pasar de ser militante de las Juventudes Comunistas a ministro de un gobierno de derecha. Revisar sus años de educación, básica y superior, es un ejercicio que ayuda a entender esa evolución y que Ampuero realiza de buena gana: “Nos enviaron (a su hermana y a él) al Colegio Alemán de Valparaíso, disciplinado y enfocado hacia las ciencias, las matemáticas y los deportes, que quedaba cerca de casa. Mis padres subrayaron siempre que debíamos ser responsables, estudiar y obtener buenas notas. Como a mí me interesaban las humanidades, decidí estudiar Antropología Social en la Universidad de Chile, una carrera que estaba ‘de moda’ entonces. Era 1972”.
Aquel cambio fue traumático. “En la sede de Macul bullía el activismo político, todas las paredes estaban rayadas con consignas y casi no había clases. Me di cuenta de que con la disciplina del colegio podía estudiar dos carreras a la vez (Antropología Social en las mañanas y Literatura Latinoamericana en las tardes), y logré excelentes evaluaciones. Después del golpe de Estado y por razones largas de enumerar, que detallo en mis memorias, salí a fines de 1973 a Alemania Oriental”, recuerda.
En la Universidad Karl Marx de Leipzig comencé a estudiar Filosofía, pero al cabo de un semestre me trasladé a La Habana, donde cursé mi Licenciatura en Literatura Hispánica en el plan de medio día clases y medio día de trabajo para el Estado (la educación no era gratis en Cuba). Posteriormente, en Berlín oriental, cursé el internado de un año en marxismo-leninismo en la Escuela Superior Wilhelm Pieck y, a partir de 1992, tras ser corresponsal de prensa en Bonn y director de la revista EZ del gobierno alemán occidental, especializada en cooperación internacional, obtuve en Estados Unidos mi Master of Arts y mi Ph.D. en Filosofía. Estudié, por lo tanto, en cuatro países. Las exigencias eran mucho más elevadas en Estados Unidos y Alemania oriental que en Chile y Cuba, pero ni en Cuba ni en la Alemania del Este existía desde luego el pluralismo del Chile de entonces y menos la libertad de Estados Unidos antes de la “cultura” de la cancelación.
Estaba en Estados Unidos cuando recibe la invitación del rector Cubillos, que se materializó en la Cátedra Ampuero. La tercera de esas cátedras tuvo a Álvaro Vargas Llosa, Genaro Arriagada, el ex canciller Hernán Felipe Errázuriz, el sociólogo Eugenio Tironi y el analista político Héctor Soto debatiendo en torno a los 40 años del golpe de Estado.
Los presidentes de la República desde 1990, salvo el actual, procuraron invitar a los chilenos a asumir ese día principalmente como una jornada de reflexión, autocrítica y mirada de futuro, conscientes de que la división del país era profunda y anterior a la Unidad Popular. Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet y Piñera desplegaron su mirada y su voz como jefes de gobierno y de Estado, es decir, hablaron desde una instancia superior buscando fomentar el difícil, pero no imposible reencuentro nacional. Creo que la diferencia radica en que los anteriores mandatarios vivieron el drama nacional y los avances re-democratizadores transversales que permitieron a Chile convertirse en referente internacional en materia de transición exitosa a la democracia.
Dependerá de la sensatez, la experiencia y el sentido de Estado que tenga el o la Presidente en ese momento y de que los partidos políticos (hoy en el suelo en materia de aprobación ciudadana) sean capaces de conducir ejemplarmente sus debates y argumentar con racionalidad y cierto espesor intelectual sus planteamientos. Dependerá también de la cultura cívica nacional (inexistente hoy, lamentablemente) y del rol que asuman también los medios y los periodistas nacionales.