Rompiendo la tradición familiar, la presidenta del Consejo Superior de la Finis descubrió que el aprendizaje es una forma de darle sentido a la vida y mejorar la sociedad.
Marta Arrau Madrid, Presidenta del Consejo Superior de la Universidad Finis Terrae y directora de Fundación Formación Centro Cristiano
Profesora de Inglés de la Pontificia UniversidadCatólica, Magíster en Enseñanza del Inglés de la Universidad de Los Andes, Postítulo en Filosofía de la Universidad de Los Andes y diplomada en Evaluación para el Aprendizaje de la PUC. Tiene amplia experiencia docente y directiva en el ámbito educacional en colegios como Villa Maria Academy, Santa Úrsula y Cumbres femenino. Ex directora académica de Fundación Educacional Aptus Chile. Actualmente es presidenta del Consejo Superior de la Universidad Finis Terrae y directora de Fundación Formación Centro Cristiano.
Marta Arrau recuerda que cuando desde el movimiento Regnum Christi la invitaron a formar parte del Consejo Superior de la Universidad Finis Terrae ella hizo una advertencia: “Le dije: ‘padre, usted sabe cómo soy de brava’. Y me dijo de vuelta: ‘Bueno, eso es lo que necesitamos’”, recuerda con una sonrisa la educadora que, en 2020, se sumó al cuerpo de directores que hoy preside.
Con una larga trayectoria en el mundo de la docencia y la gestión escolar de colegios como el Villa Maria Academy, Cumbres y Fundación Aptus, Marta dejó entonces de lado su plan de pasar a retiro a los 60 años y radicarse en Frutillar, para sumarse al desafío de integrar para transformar.
“A mí no me basta sólo con ser parte, me gusta meterme. Quiero saber en qué puedo aportar. Cuando entré lo primero que pregunté era si podía entrevistar a todos los decanos. Me dijeron que sí. Y ahí me metí”, recuerda.
Te diría que poco. Quizás la conocí más en su comienzo, cuando tenía más vinculación con los colegios donde había estado. Además, tenía referencia de que el área artística era muy sólida, pero no más. Yo diría que me trajeron por mi pasión por la educación. Entonces, me propuse estudiar a fondo qué había que hacer.
Por un lado, voy descubriendo un potencial enorme. Por otro, veo que hay cosas que se pueden mejorar. Por ejemplo, me di cuenta de que el nivel académico, de compromiso y motivación de los profesionales era muy alta, y quizás eso podría ser tramposo, porque sin querer a lo mejor se habían mimetizado un poco con los alumnos.
La mayoría de nuestros alumnos vienen con muchas expectativas en su educación superior y tienen necesidades que no han podido satisfacer por su historia de vida. No todos, pero varios. Y eso, a veces, más que aumentar el desafío para buscar estrategias de cómo los insertamos y los formamos sólidamente, puede hacer que uno diga “pobrecito”. Eso a mí me generó el impulso de decir “esto no puede ser”. O sea, es cierto, su realidad es su realidad, no la vamos a cambiar, pero nosotros tenemos que ver cómo nos hacemos cargo de esa realidad. Cómo decimos “aquí son todos alumnos que pueden aprender.
Algunos se demoran un poquito más y habrá que reforzarlos; pero nada más”. Al hacer eso muestras la convicción de que la educación sí transforma. Es muy fácil frustrarte, decir: “pucha, vienen de situaciones más deprivadas. Va a ser muy difícil”. No. Al contrario, se trabaja con más fuerza.
Entendiendo que las diferencias no tienen que ver con sus capacidades de aprender. Cuando me refiero a alumnos deprivados que ingresan a la universidad mediante la gratuidad, nosotros nos hacemos cargo de una realidad distinta que es maravillosa por lo desafiante que es. Ya tenemos instalado un sistema para estar muy encima: hay cursos de nivelación, hay acompañamiento social porque a veces puede pasar que haya necesidades económicas de comida o transporte. Entonces, también tenemos la red social que da la gratuidad para las ayudas materiales.
Pero, dicho todo esto, nuestro foco y lo que a mí más me mueve, es poder hablarles y preguntarles: “A ver, ¿cómo estás tú? Porque me importas”. Eso es considerarlo, validarlo. Queremos que en nuestra Universidad los alumnos no sean un número, queremos conocerlos, que tengan una relación muy cercana con los formadores y que el que quiera o lo necesite, encuentre aquí también la fe. Para eso tenemos misa y un sacerdote. Lo que me apasiona del proyecto educativo de los Legionarios es eso:
buscar el desarrollo de la persona humana en su integralidad.
Luego, Marta volverá sobre sus palabras y precisará con aún más pasión: “Hoy todo el mundo te habla de educación integral. Tú te quedas en la duda de qué es la integralidad de un profesional. ¿Que sea un experto en ganar plata como profesional? No, no lo creo. Porque va a ser muy desdichado si esa es su única motivación en la vida. La integralidad desarrolla tu línea moral, tus valores, el entender qué crees en la vida, qué te mueve. ¿Te mueve solamente ser un médico, una profesora, un arquitecto o un chef? No, es mucho más que eso. Eso es lo que a mí me hace estar acá. Y tenemos que ser muy rigurosos. Muy exigentes”.
Fortalecer todas estas otras redes que son más humanas y hacerlas más visibles. Tenemos un programa de liderazgo, nuestro centro de alumnos es muy presente y escuchado. El medio para lograr la integralidad es la formación profesional académica y tiene que ser de excelencia, pero si además sumas esto otro, al final este es un buen lugar no sólo para estudiar. Es un buen lugar para aprender y para potenciarte como persona. Sé que tenemos un desafío muy grande de gestión. Por la responsabilidad que tenemos de generar un cambio en nuestra sociedad. Y, en ese sentido, el proceso que se ha hecho en los últimos años por la acreditación ha sido un gran mirarse dentro, reconocer las fortalezas, que son muchas, y también identificar las debilidades que tenemos que trabajar. Hoy hay una renovación en el compromiso de hacer que esta Universidad sea realmente un foco que irradie a la sociedad entera con egresados de gran calidad humana y profesional.
Para entender la pasión que Marta Arrau siente por la educación hay que remontarse al Chile agrario tradicional, a los campos de Curacaví y Chillán, desde donde vienen sus clanes paterno y materno. “Hay un parentesco familiar con Claudio Arrau”, comenta sobre el virtuoso pianista nacido en Ñuble.
“Vengo de una familia católica muy tradicional”, define. “Somos cuatro hermanos y yo soy la única mujer. En casa de mi papá eran siete hermanos hombres, entonces tener una hija mujer era una rareza en su sistema, y mi mamá venía de una familia de 11 hermanos, donde se vivía con mucha estrictez, entendiendo que el rol de la mujer era estar en casa o ser la secretaria del papá. Era lo propio en la época”, explica.
La única hija de la familia Arrau Madrid entró a estudiar al Villa Maria Academy, donde descubrió que su rol en la sociedad podía ser más. “Siempre digo: bendito Villa María, porque me despeinó. Aunque no lo parezca, por naturaleza soy rebelde. A mí me gusta la búsqueda, conocer nuevas experiencias, entender qué piensa el otro y por qué lo piensa así”, describe.
En ese ambiente tuvo su primer ensayo como docente. “En ese colegio estudiaban con nosotras las hijas de los empleados que trabajaban en el colegio y yo me dedicaba a hacerles clase de inglés, porque el colegio era bilingüe. Me acuerdo que estaba en octavo y ellas estaban en cuarto básico. Y les hice clases hasta cuarto medio”.
Dice que fue una alumna correcta, no recuerda haber sobresalido hasta que una profesora un día la remeció: “Me dijo ‘oiga, ¿y usted hasta cuándo va a calentar el asiento? Usted tiene un montón de talento que no está desarrollando’. Para mí eso fue como el despertar a un proceso que no va a terminar hasta el día que me muera”, asegura.
Motivada por la alta expectativa que esa docente de Biología había puesto en ella, Marta entró a estudiar Nutrición y Dietética, pese a la decepción que causó en su padre que tras el colegio esperaba tenerla como secretaria junto a él. Después de un año en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile volvió a conectarse con su vocación docente y cambió a Pedagogía en Inglés en la PUC.
Cuenta que no estuvo sola en medio de cada decisión: “En esa época yo ya pololeaba con mi marido, que ha sido un apoyo increíble. Él siempre me dijo: ‘abre camino, rompe esquemas, yo te apoyo. Tienes que trabajar. Tienes que desarrollarte’”.
Marta dice que su matrimonio de 40 años también ha sido clave en su forma de entender la entrega que implica la educación: “Tuve once embarazos, de los cuales tenemos tres niños vivos. Tuve pérdidas y también cuatro niños que nacieron, vivieron un tiempo y se murieron de una enfermedad renal de la que somos portadores con mi marido. Con Andrés siempre soñamos con una familia de 12 niños. Cuando se nos murió la primera niñita, con Andrés nos sentamos llorando a preguntarnos ¿Qué quiere Dios de esto? ¿Para qué nos está mandando este desafío? Concluimos que de alguna manera quería que acompañáramos a gente con necesidades o los ayudáramos descubrir a Dios. Juntos hemos dado charlas de pololos, de novios y a matrimonios con dificultad. Y yo descubrí en la educación una instancia para llevar todo ese amor que de alguna manera ya estaba en otra parte. Así se ha ido desarrollando esta pasión”, cierra, con emoción.