Especializada en la historia de los sentidos, esta alumni estudia los aromas de las casas y jardines coloniales, inventó un videojuego para enseñar el conflicto mapuche y hasta analizó un viejo conflicto internacional: ¿El pisco es chileno o peruano?
Amalia Castro San Carlos. Doctora en Historia de la Universidad de Cuyo y Licenciada en Historia de la Universidad Finis Terrae.
Llegó a Chile en el año 1996, cuando ya había estudiado dos años de Historia en la Universidad Nacional de Cuyo. En Chile ingresó a Licenciatura en Historia en la Universidad Finis Terrae. Luego, en la Universidad Complutense de Madrid, España, hizo cursos de Sociedades Americanas y Estudios Amerindios y en 2015 regresa a Cuyo y realiza el doctorado. Ha sido profesora asistente en la U. de Santiago, U. Alberto Hurtado, U. Andrés Bello, U. de Chile y U. Finis Terrae. Es profesora asociada en la Universidad Mayor. Sus líneas de investigación son patrimonio inmaterial agroalimentario e historias colonial, indígena chilena, de la vitivinicultura, agraria y de los sentidos. Innovadora, en 2016 crea un videojuego para enseñar historia, llamado “La Última Frontera”.
“A bi-national appellation of origin: Pisco in Chile and Peru, 2003”. La eterna disputa por el origen del destilado de uva que ha dividido a chilenos y peruanos es el tema central de uno de los artículos de investigación de la historiadora Amalia Castro, alumni de la Universidad Finis Terrae.
Argentina de nacimiento, en su estudio, Castro y otros investigadores de ambos lados de la cordillera, analizan el conflicto desde el punto de vista histórico y llegan a una nueva tesis. Pero antes de contar cuál es, hay que entender cómo y por qué una historiadora termina investigando sobre alcoholes.
“Antes yo decía que era rara, pero la gente me miraba feo, así que ahora digo que soy una historiadora no convencional”, dice desde su casa en Curacaví, interrumpiendo una de las últimas investigaciones que está realizando: descubrir cómo olían los hogares en el Chile colonial.
Sí. Qué aromas se sentían dentro de las casas hace varios siglos atrás.
“Lo único que hay publicado sobre aromas está referido a los malos olores, porque hay quejas en los registros de los cabildos”, explica. “Estoy investigando el aroma y los recuerdos, quiero profundizar en la historia de los sentidos. Ya hemos escrito algo sobre los aromas en los jardines en el reino de Chile”, agrega.
La investigación a la que alude es de 2020 y se llama “Porciones de paraíso: paisajes aromáticos en jardines urbanos chilenos (1671-1897)”. En él reconstruyó los aromas de los jardines privados de casas, principalmente a través de la revisión de documentos en cuatro archivos en Chile y Argentina. ¿Y a qué olían? “Nuestros datos confirman que los aromas de rosas, jazmines y cítricos eran una característica del jardín chileno de élite”.
El abanico de intereses de Castro es amplio, abarca el Patrimonio Inmaterial Agroalimentario, con énfasis en investigaciones sobre diversos espirituosos de América Latina y su conexión con pueblos originarios, con derivadas como su estudio “La olla y su rol en las demandas sociales en Chile (1974- 2019)”. Ella lo dice de otra manera: “Se me ocurre tanta cosa rara”.
Vengo de una familia donde tuve muchos libros y de pequeña leí muchas cosas, como los libros de colegio de mi papá. Siempre me fascinó el tema de las ruinas, los templos. Hasta ahora me gusta. Descubrí un mundo enorme y profundo.
Lo que narra Castro pasó en San Juan, Argentina, donde nació. “Siempre quise estudiar Arqueología, estaba enamorada de eso. Pero en Mendoza no había Arqueología y vine a Chile a ver si podía entrar a la universidad. Pero el trato fue muy extraño: en aquel momento había solo una alternativa: un cupo para extranjeros, te comparaban con otros postulantes y había listas de espera para años.
Afortunadamente, dos años más tarde, la Universidad Finis Terrae borraría esa mala imagen de la educación chilena. Tras esos frustrados primeros intentos, Castro entró a estudiar Historia en la Universidad de Cuyo, en Mendoza. Ahí estaba cuando su familia decidió trasladarse a Chile. “Cuando rendí la última materia allí (Grecia y Roma, una de las troncales de la carrera) me trasladé a Santiago y llegué justo para iniciar las clases”.
Ni siquiera la conocía. Mis padres viajaron antes y fueron a la Universidad Finis Terrae a preguntar si tenían la carrera de Historia. Les dijeron que sí e, inmediatamente, se entrevistaron con don Álvaro Góngora (hasta hace poco decano de la Facultad de Humanidades y Comunicaciones), quien los recibió muy cálidamente, algo que recuerdan hasta el día de hoy. Fue tremendamente amable, les explicó un montón de cosas y mis padres vieron una buena oportunidad para que yo estudiara la carrera.
La calidad de los profesores. Teníamos los mismos docentes que cualquier universidad tradicional, pero nos daban más duro y eso fue mejor para nosotros. Además, éramos pocos, lo que permitía también relacionarse directamente con los profesores y directivos.
Luis Carlos Parentini fue un maestro para mí. Siempre dio historia indígena y fui su ayudante. Fui una de sus primeras ayudantes mujer. Era un personaje. Con él yo aprendí a hacer clases y me tiró a los leones desde el principio. Era entretenidísimo para hacer clases. La innovación de Amalia Castro no sólo se manifiesta en las materias que investiga, también en la forma de transmitirlas. Y así como aprendió a dictar clases de Parentini, en 2016 fue más allá y creó un videojuego para enseñar historia a una generación difícil de atraer de manera tradicional. “Conozco hace tiempo a David Caloguerea, director del proyecto (estuvimos casados) y él desarrolló un videojuego educativo llamado Kokori. En aquel momento, estaba realizando la investigación para mi tesis doctoral y conversamos muchas veces sobre poder reconstruir un trozo de historia mediante un videojuego. La oportunidad se dio años después”, cuenta sobre “La Última Frontera”, juego educativo que aborda el intercambio cultural, comercial y político entre el mundo colonial español y el mundo mapuche, a partir de la zona fronteriza delimitada por el río Bío Bío, durante el siglo XVIII.
Fue un tremendo desafío, porque tuvimos que aunar lenguajes y encontrar un método que permitiera reflejar la historia, pero a modo de juego. Me costó entender la mecánica del juego, elaborar un guión y darle forma visual a lo que usualmente ponemos en palabras. Me hicieron miles de preguntas que jamás me había planteado, para poder conjugar visualmente este mundo, lo que me hizo tener otra mirada sobre este período histórico. Una vez que el juego se concretó y comenzamos a probarlo en los colegios, ver el entusiasmo de los chicos al jugarlo y apasionarse por el mismo me hizo sentir una gran alegría y orgullo, pues cumplimos un objetivo bastante difícil, encantar con una historia difícil y por momentos muy dura.
Castro no siempre tuvo los intereses que tiene hoy. “Empecé muy convencionalmente, muy metida en el archivo”, cuenta, describiendo la imagen que comúnmente se tiene de profesionales de estas disciplinas. Ya especializada en historia indígena, el trabajo con el investigador de la USACH Pablo Lacoste abrió otro mundo para ella. El primer estudio con él fue un proyecto Fondecyt llamado “Denominaciones de Origen e identidad de vinos y agroalimentos en Chile (1870-1950)”.
Me di cuenta que siempre lo había buscado. Me sentía cercana a los agricultores. Un bisabuelo tuvo un diario de vitivinicultura y quedé fascinada con este mundo, nunca quise solo escribir, quería incidir en la sociedad”.
Yo trabajo mucho en terreno y establecemos un vínculo con los productores, que se apoyan en mis investigaciones sobre la manzana o la chicha, por ejemplo, para que puedan postular a proyectos.
Para entender mejor esa respuesta, es iluminador repasar los títulos de algunas de sus investigaciones, como “Chicha de manzana de Chiloé: Historia épica de un producto típico, Siglos XIX-XX”, “Vinos Típicos de Chile: Ascenso y declinación del Chacolí (1810-2015)”; “El Pipeño: Historia de un vino típico del sur del Valle Central de Chile” o “Pajarete de Huasco y Elqui (Chile). Historia de un vino escogido”.
Para los curiosos (y quizás algo sedientos), el chacolí o txacoli es un vino, normalmente blanco, que se produce principalmente en el País Vasco y, en menor medida, en Cantabria, Burgos y en algunos lugares de Chile. Así de específico. El pipeño goza de más popularidad, especialmente como ingrediente principal del terremoto, al igual que la chicha de manzana chilota. Y el pajarete es un vino dulce con Denominación de Origen, que solo puede producirse en las regiones de Atacama y Coquimbo.
Justamente, lograr la Denominación de Origen (DO), a través de investigaciones como las que hace Castro, permite a los productores locales crecer. Así lo ha hecho con el queso Chanco y el mimbre de Chimbarongo, entre otros.
Y, finalmente, quién tiene la DO del pisco según el estudio en el que participó la alumni de la Finis Terrae, ¿Chile o Perú?: “La DO de pisco es en realidad binacional, perteneciente tanto a Chile como a Perú. La razón es que los productores de los dos países contribuyeron al origen y consolidación de este producto. Pisco no existiría sin la participación de ambos. Por tanto, los dos países tienen derechos de copropiedad ya que son cofundadores”, dice la salomónica conclusión.