Tras cumplir 35 años como académico de la Finis, el histórico decano de la Facultad de Humanidades y Comunicaciones continuará como investigador e incrementará el acervo documental del archivo histórico del Centro de Documentación e Investigación de la Universidad.
Álvaro Góngora Escobedo, Doctor en Historia (1992) de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Licenciado en Historia (1979) de la Universidad Católica de Valparaíso.
Fue por casi una década decano de la Facultad de Humanidades y Comunicaciones de la Finis Terrae, donde trabajó desde su fundación. Es Licenciado (1979) y Doctor (1992) en Historia de la U. Católica de Valparaíso y de la Pontificia Universidad Católica de Chile, respectivamente. Ingresó a la Universidad
Finis Terrae como académico en 1988 y entre 1993 y 2014 fue director de la Escuela de Historia de la Finis Terrae, luego de una destacada labor en la U. Metropolitana de Ciencias de la Educación. La Fundación Mustakis le dio el Premio a las Humanidades categoría Profesor 2002; desde 2010 es miembro de número de la Academia Chilena de la Historia y desde 2013 columnista de El Mercurio. Ha publicado libros y artículos sobre historia de Chile, especialmente de las épocas Moderna y Contemporánea.
“Me odiaban, por así decir”, dice con una sonrisa traviesa Álvaro Góngora cuando recuerda a las generaciones de alumnos del plan común de Historia y Periodismo a las que les encargó en el curso historia contemporánea de Chile, entrevistar a personajes relevantes sobre su experiencia de vida y visión de ese pasado. Doctorado en Historia Summa Cum Laude de la PUC, el académico sometía a los jóvenes al rigor de su ejercicio intelectual con una importante dosis de lecturas. Dice que a sus ex alumnos de Periodismo “los veo entrevistando en televisión o para la radio. También recuerdo que las tesis de los alumnos de Historia fueron consideradas como propias de magíster por la comisión de acreditación de la carrera. Se enojaban a veces, pero de que aprendían, aprendían. Uno se forma gracias al estudio sistemático y accediendo a las fuentes vivas de información”, agrega, abriendo sus grandes ojos claros quien es también un archivo viviente de la Finis.
Durante 35 años Góngora ha cruzado los patios del campus llamando la atención de los estudiantes. No sólo por su flemático paso, siempre apoyado en un bastón, sino porque en cada posibilidad de interactuar les ofrecía una mirada privilegiada de la vivencia universitaria que destaca a la Finis Terrae desde su fundación. Una experiencia que ahora se ha propuesto investigar y publicar: “Voy a escribir la historia de esta universidad No pretendo morirme, no lo tengo programado”, bromea.
Tiene algo muy importante. Hay una vivencia universitaria que cuesta lograr y encontrar. Predomina un ambiente extraordinario. La gente se compromete, se vincula a la Universidad porque hay un legado de libertad y lealtad desde el comienzo y que no se encuentra en otras universidades. Al menos en la experiencia que he tenido.
La relación personal existente. Tener a la persona en primer lugar. Y que la comunidad valore que aquí, siendo diferentes entre nosotros, hemos llegado a convivir bien. No hay envidias, “aserruchadas de piso”. Ese es el sello, el buen entendimiento. No nos vemos como competidores. Cierto, no pensamos igual respecto de diferentes cosas. Por ejemplo, respecto de la Fe, siendo una universidad católica, como decano o lo que fuera, no se puede obligar. A lo más conversar, dar testimonio. Me crié en una familia y entre algunas amistades católicas.
La biografía de Álvaro Góngora muestra que la historia lo eligió a él. No al revés; porque su primera vocación fue la musical: “Era muy aficionado a la guitarra porque desde los 12 años pasé largo tiempo en clínicas y en casa. Fue una poliomielitis que me afectó. No era común contagiarse a esa edad. Hasta una nota de diario hay con mi caso, por ser excepcional”, recuerda, citando por deformación profesional la fuente documental que lo confirma. Cuenta que durante su adolescencia se integró a grupos de aficionados que cantaban temas musicales en festivales de la canción juveniles en colegios de Viña del Mar y Quilpué, donde vivió. El histórico decano se describe con entusiasmo juvenil: “Usaba pelo largo, patillas y pantalones pata de elefante. Ahora, siempre sobrio, a lo más una camisa coloreada.
Sí, eran tiempos de grupos musicales mundiales que impregnaron la música que escuchábamos, también de canciones con gran contenido, Serrat, por ejemplo”, cuenta. Eso le permitió tener amigos músicos y componer canciones que presentó a esos festivales, a veces con buenos resultados.
En 1971 entró a estudiar música en la Universidad Católica de Valparaíso. Pero su espíritu de rigor académico fue más exigente: “No me gustó el desorden que había. Estaba todo empezando y no había estructura de escuela. Como era un currículum flexible, tomé un par de ramos en las escuelas de Historia y Derecho, porque me quería cambiar al año siguiente. Quedé aceptado en Historia. Había rendido un examen en Historia Medieval y el profesor me dijo que fue excelente. ‘Usted tiene que estudiar Historia. Tiene talento, tiene capacidades. Si le gusta la música, puede hacer historia de la música’”.
Y lo cierto es que algo de eso hizo también, porque en la banda amateur donde tocaba Góngora terminaría llamándose Grupo Congreso, un ícono de la música popular hasta hoy. “No seguí porque llegó un momento que nos dijeron ´tenemos que ser todos profesionales, leer partituras’. Los que estábamos en carreras teníamos que renunciar. Algunos lo hicieron y yo preferí seguir en Historia”. Eran los años 75 o 76, vivíamos concentrados en nuestros quehaceres y la política no era tema. “Después la banda tuvo un proceso de transformación, propio del ambiente del país cuando la política fue preocupación extendida. Congreso comenzó a participar en eventos opositores al régimen”. Con la agrupación aún mantiene lazos de amistad, aunque los ve poco.
Mis ideas eran distintas. El discurso político estaba invadido por concepciones de izquierda, hasta uno las procesaba, pero finalmente me di cuenta de que yo no estaba de acuerdo con una visión marxista de nada, aunque tuve amigos de estudio que eran de izquierda. Hubo la percepción de que en algún momento algo tenía que pasar en un país conflictuado. Entre 1972 y 1973 las clases se interrumpían por “tomas” de la Universidad, el clima era polarizado por los temas que surgían, dependiendo de la posición del profesor. El día 11 de septiembre yo estaba en casa porque la Universidad permanecía tomada desde agosto; ‘hasta que cayera Allende’ anunciaba el cartel. El edificio tenía cuatro pisos: uno era, por ejemplo, del Movimiento Gremial, otro del Partido Nacional, otro de la DC y en el último, estaba Patria y Libertad. En otras ocasiones, había sido tomada por jóvenes de la UP y el MIR. Pero nadie imaginó lo que venía, todo el mundo pensó que el golpe de Estado sería una transición rápida.
No era un bastión de izquierda en 1981. El ambiente era diverso en cuanto a ideas o posiciones políticas. Soy académico, y si hay algo que va en contra de toda lógica académica es que una Universidad sea intervenida. De hecho, fui parte de los académicos que se organizaron para terminar con la Universidad con rectores delegados. Desde antes existía una situación que presionaba a definirse políticamente, militancia. Por formación era claramente humanista o social cristiano, pero me costó ser miembro de partido y la DC era lo más cercano, pero no me sentí cómodo en límites partidistas. ¿De qué partido eres?, eso era todo. Desde entonces no he pertenecido a ninguno, pero me reconozco de un talante conservador que corrientemente se asocia a la derecha.
Álvaro Góngora es un historiador que reflexionasobre el propio oficio. Miembro de número de la Academia Chilena de Historia, ha publicado las biografías de pares como “Jaime Eyzaguirre y su tiempo” (2002), “Gonzalo Vial Correa, un hombre que amó Chile” (2023) y “Mario Góngora” (1992), con quien tenía cierto parentesco. Estudió las visiones que ellos y otros lograron cristalizar mediante la investigación y documentación. Sus visiones sobre la realidad -pasada o presente- del país.
A la Finis llegó justamente por Gonzalo Vial, “quien en 1988 nos habló, con una amiga, que necesitaban profesores para un proyectouniversitario que comenzaba con dos carreras: Ingeniería Comercial y Derecho. Y dio nuestros nombres”. Hizo clases ese año en un programa propedéutico de Derecho y siguió en otras carreras que se abrieron al año siguiente. “El plan de estudios de esa Finis Terrae tenía asignaturas de historia en varias carreras. Además, en 1989 se crearon las carreras de Licenciatura en Historia y Periodismo”. Pasado unos años le propusieron ser director de la Escuela. Cuenta una anécdota especial: “Le pregunté al rector Pablo Baraona si había alguna indicación respecto al cuerpo académico y me respondió ninguna, pero agregó: “Sí, una: no necesitamos extremistas de ningún lado”.
Tiene otro carácter, otro sentido. Formábamos académicos para la investigación histórica. Era de las pocas universidades privadas existentes con Licenciatura, fuimos pioneros y comenzó con muy pocos alumnos. Los formábamos para que después siguieran una carrera académica, un magíster y ojalá el doctorado. Queríamos investigadores de punta que aportaran a Chile en ese momento. Hoy se ve que varias universidades privadas tienen licenciaturas y hasta doctorado en historia. Fue creciendo. Hay un nivel de historiadores jóvenes trabajando en Chile que no se veía antes y ha proliferado el número y gama de publicaciones historiográficas. A eso queríamos aportar.
Tiene sentido que un país tenga historiadores que estudien y escriban para que pueda existir mayor conciencia histórica. Me molesta que se haya eliminado la formación histórica seria en colegios. Preocupa tener generaciones sin cultura histórica. ¿Qué es para ellos la Patria, el patrimonio heredado, las instituciones formadas por años? No las respetan o destruyen. Una carencia fatal, una desgracia. Lo peor: que la preocupación por nuestra educación escolar está abandonada por el Estado.