Dejó el mundo rural para que sus seres queridos pudieran sonreír con dignidad. Este joven odontólogo de la Finis hoy estudia en Estados Unidos para que su logro sea global.
Alberto Dougnac Labatut, Magíster en Ciencias en Medicina Intensiva y Reanimación, Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Magíster en Medicina Interna y Médico Cirujano de la Universidad Católica de Chile
Alberto Dougnac Labatut fue subsecretario de Redes Asistenciales entre 2020 y 2022, en plena Pandemia del Covid-19. Es médico cirujano y Magíster en Medicina Interna de la Universidad Católica de Chile y Magíster en Ciencias en Medicina Intensiva y Reanimación de la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Tiene el grado de Profesor Titular. Ha ocupado los más altos cargos dentro de su especialidad, como presidente de la Sociedad Científica y presidente de la Comisión Nacional de Certificación. Dirigió el Hospital Clínico de la Universidad Católica. Fue Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Finis Terrae entre 2009 y 2023, cargo que interrumpió para atender la emergencia mundial del COVID-19.
“¿Cuántas camas críticas les quedan?” o “¿cuántos pacientes intubados hay?”. Esas eran algunas de las preguntas que los estudiantes de Medicina de la Universidad Finis Terrae hacían cada mañana a mediados de 2020, puntualmente a las ocho de la mañana, a cada jefe de cada unidad de cuidados críticos del país. Las interrogantes eran parte del cuestionario que hacían por encargo del doctor Alberto Dougnac Labatut, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Finis Terrae.
Sorprendentemente, antes de la llegada del COVID-19 a Chile, en marzo de ese año, nadie tenía noción de la disponibilidad total de plazas del sistema de salud. En el gobierno había claridad sobre lo que pasaba en los hospitales públicos, pero lo que sucedía en el sistema privado era un misterio. Eso fue hasta que el doctor Dougnac tuvo la idea que transformó a la Universidad Finis Terrae en un protagonista de esa primera y dolorosa etapa de la pandemia en Chile.
Llevaba 12 años como decano de la Facultad de Medicina cuando a principios de ese 2020 recibió un llamado del entonces presidente de la Sociedad de Medicina Intensiva (SOCHIMI), Tomás Regueira, un ex alumno suyo en la PUC.
El mensaje era alarmante: “Profesor, se viene esta pandemia y vamos a tener un serio problema con las camas clínicas. Necesitamos saber qué pasa en Chile y no hay información”, recuerda ahora el doctor Dougnac, tres años después, mientras disfruta su nueva vida, ya retirado, en su casa en las inmediaciones del Lago Calafquén. “Le dije: ‘OK: déjalo en mis manos’”, agrega.
A Dougnac, especialista en medicina intensiva y ex director del Hospital Clínico de la UC, se le ocurrió un sistema que él mismo califica como “artesanal” y que involucró directamente a los estudiantes de la Finis Terrae. Así lo describe: “En el país había 120 unidades de cuidados intensivos, así que le asignamos seis unidades a cada alumno nuestro. A las ocho de la mañana los alumnos debían llamar a los jefes de esas unidades y aplicarles una encuesta muy sencilla: cuántas camas UCI tienen, cuántos pacientes ventilados, cuántos han fallecido. Hacíamos un informe que enviábamos al Presidente de la República y al ministro de Salud. Eran cosas básicas. Información que se recolectaba durante el día, se consolidaba, yo revisaba y, tipo dos pm, la mandábamos”.
El documento se llamó “Encuesta Nacional sobre la ocupación de Unidades Críticas durante la contingencia COVID-19” y terminó por ser un insumo “muy importante y muy fiel de lo que estaba pasando”, define el mismo Dougnac, quien en noviembre de ese año dio un paso más allá en la lucha contra el Covid-19, cuando asume como subsecretario de Redes Asistenciales.
“Nunca había militado, ni ejercido cargo de naturaleza política. Ahora, puede sonar presuntuoso, pero siempre mi nombre estaba metido ahí, porque era considerado una persona confiable. Recuerdo que en el primer gobierno de (Sebastián) Piñera, (el ministro) Mañalich me llamó para conversar la posibilidad de una subsecretaría, que finalmente no resultó. Después el ministro Santelices también pensó en mi nombre. Pero yo no tenía respaldo político y esas ideas no prosperaron”, explica.
Había trabajado con Enrique (Paris, ministro de Salud desde mayo de 2020) en la UC durante muchos años: yo era el director del hospital y él era el jefe de Servicio de Pediatría. Había un vínculo muy fuerte. Ambos nos formamos en la misma universidad en Bélgica (Lovaina), y cuando Enrique deja la presidencia del Colegio Médico, yo lo invito a trabajar en la Universidad Finis Terrae y está dos años trabajando conmigo (como director de postítulo). Hay una relación profesional y humana que creo que fue la que pesó a la hora de decir: ‘necesitamos a alguien que tenga determinadas características, en un momento muy complejo’”.
Se juntaban tres cosas. Una, que yo era médico e intensivista, en un momento en que el problema era de unidades de cuidados intensivos. Dos, que era un gestor y, tres, había estado involucrado en la elaboración de la información (con la encuesta de los alumnos de la Finis). Además, había participado como médico clínico en un voluntariado que hicimos en la primera ola, porque se necesitaban manos (160 internos de la Finis Terrae hicieron esa labor). Cuando me hicieron la invitación a ser parte del gobierno me pareció que tenía que aceptar. Era un deber moral”.
Como ya había habido algunas invitaciones a participar en el gobierno en distintos momentos en los últimos años, las autoridades de la Finis ya sabían que esa posibilidad existía. Estaba preconversado y rectoría estaba en conocimiento. Se entendía que era por un bien país y técnicamente transitorio.
Aprendí a ver el gran cuadro, the big picture, como dicen, a mirar la salud desde una perspectiva más grande que la de la universidad. Creamos el Instituto de Políticas Públicas, empezamos a asociarnos con otras Universidades para ver la necesidad de influir en la salud del país. Le dimos mucha importancia al periodismo y empezamos a estar presentes en los núcleos de discusión. Nos transformamos en un nuevo actor social.
El doctor Dougnac ya cambió las urgencias de la capital por la paz de Calafquén. Hoy sólo los ladridos de un cachorro interrumpen esta conversación donde recuerda su llegada a la Finis Terrae, en 2009: “Debo decir que yo no conocía la universidad (Finis Terrae)”, confiesa. “Cuando estás en la PUC (Universidad Católica), no tienes muchos ojos para otras escuelas, salvo la de la Universidad de Chile”, explica. “Pero sí tenía una referencia: el decano había sido Santiago Soto, profesor a quien quise y admiré mucho. Entonces, surgía la posibilidad de trabajar en este proyecto que él había liderado por siete años”.
El poder transmitir mi experiencia de 25 años e influir en la formación de los médicos con un proyecto un poco distinto, que fuera buscando la excelencia no sólo profesional sino que también humana, con gran compromiso y dedicación. Espíritu de servicio, amor al conocimiento y excelencia académica: los tres grandes pilares que motivaban mi proyecto.
Dougnac describe el escenario al que llegó con una didáctica enumeración: “Cuando llegué a la Finis Terrae me di cuenta de que la Escuela de Medicina estaba en mal pie. Era abril de 2009 y en 2008 se había hecho el primer Examen Único Nacional de Conocimientos de Medicina (EUNACOM) obligatorio: de 16 escuelas de Medicina, la Finis Terrae había quedado en el número 15. El segundo gran desafío al que nos enfrentamos fue que la Escuela tenía serios problemas de campus clínicos, que son indispensables para la formación de los alumnos. En ese momento había muy poca disponibilidad, sólo tres: el hospital de Melipilla, la Clínica Reñaca y el Hospital del Profesor. La tercera dificultad era que la estructura de los programas de estudios era extraordinariamente compleja: con un diseño antiguo que requería una modificación. Y el cuarto gran desafío era que no contaba con un núcleo de profesores fidelizado: la gran mayoría eran profesores a honorarios que iban a la facultad, hacían su clase, terminaban y listo.
Dougnac recuerda que ese complejo escenario se traducía en una gran deserción de alumnos. “El primer año, de un curso de 50 alumnos egresaron 14. Hoy llegamos al 85% de egreso y eso sí es un buen número”.
Su receta fue tener “buenos programas, con buenos profesores, que nos va a llevar a tener buenos alumnos”. Y así como enumeró los problemas, detalla las soluciones: “Hicimos una modificación profunda del plan educativo, con el soporte de la universidad fuimos contratando plantas académicas estables y, dado que no teníamos profesores formados por nosotros, creamos una Oficina de Educación Médica que tuvo un rol fundamental para mejorar la calidad de nuestra docencia”.
Con las metas claras, la situación de la Facultad de Medicina cambió radicalmente: los resultados en el Eunacom: la tienen entre las mejores escuelas de medicina del país, diluyendo la línea que separaba a las universidades tradicionales de las privadas. Lo que se suma a la acreditación por 6 años que la Comisión Nacional de Acreditación (CNA) otorgó a la Escuela de Medicina, en diciembre de 2019. “En los últimos 15 años ha habido resultados comparables. Desde que comienza el Sistema Único de Admisión, progresivamente fuimos reclutando en base al prestigio que nos habíamos ganado: hoy el alumno que entra con menor puntaje es con 750 o 760 puntos. Fuimos subiendo 10 puntos por año el puntaje mínimo”, explica.
Los campus clínicos se multiplicaron y hoy los futuros profesionales médicos de la Finis Terrae se preparan no sólo en Melipilla sino también en campus clínicos de primer nivel, como la ex Posta Central o el Hospital El Carmen de Maipú, además de responder a convenios con el Hospital San Borja Arriarán, el Hospital del Tórax, el Instituto de Neurocirugía y en clínicas, donde tienen como campus clínico exclusivo a Clínica Las Condes, y convenios con la Santa María y Vespucio; con medicina ambulatoria, con los Cesfam y CRS de Ñuñoa y un centro de atención gratuita en La Cisterna.
Aunque hoy está retirado frente a los apacibles paisajes del Calafquén, el doctor Dougnac no deja de sentir emoción al recordar cómo en su gestión logró revertir -como el mejor de los intensivistas- el pronóstico de una facultad que nunca perdió de vista la formación integral que quería brindar a sus profesionales: “Lo hicimos junto a los alumnos, que eran lo central. Queríamos generar prestigio y valor. Que estuviesen orgullosos de su universidad, porque había hacia ellos una dedicación completa y real”.