Voz autorizada en las discusiones bioéticas sobre aborto, eutanasia y fertilización asistida, el médico hoy se centra en temas como la epigenética y la sostenibilidad.
Patricio Ventura-Juncá, Ex director del Centro de Bioética de la Universidad Finis Terrae, docente de Medicina en la misma casa de estudios.
Hizo estudios de postgrado en neonatología en el Centre de Recherches Biologique Neonatales, Hospital de Port Royal, Université de Paris, Francia. Es médico cirujano de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En la Facultad de Medicina de la PUC ha sido profesor titular de pediatría, jefe de la Unidad de Neonatología, director del Departamento de Pediatría y director del Centro de Bioética. En la Universidad Finis Terrae ha sido director del Centro de Bioética y actualmente se desempeña como investigador y profesor de la especialidad. Ha publicado libros como “Ecología integral y bioética” (2015).
El doctor Patricio Ventura-Juncá es todo un referente en la bioética en el país. Su opinión es respetada en círculos académicos, religiosos y políticos cuando se trata de debatir sobre temas relacionados con el inicio y el fin de la vida. Una expertise que ha ido construyendo por décadas, que lo llevó a dirigir el centro de la especialidad de la Universidad Finis Terrae y en la que comenzó a adentrarse cuando logró salir de un error conceptual.
Hijo de médico, el doctor comenzó a hacerse preguntas sobre la trascendencia cuando cursaba sus primeros años de Medicina en la PUC. Creyó que lo suyo era una vocación sacerdotal e ingresó al Seminario de Schoenstatt.
“Había hecho investigación en ciencias básicas con el doctor Joaquín Luco, Premio Nacional de Ciencia. Y cuando en el seminario tuve cursos de filosofía pensé ‘a lo mejor esto es una cuestión teórica no más. Para mí los filósofos eran gallos que andaban por allá arriba pensando cosas abstractas’. Pero tuve un profesor que me dijo que la filosofía estudia lo real. Parte de la observación. Ahí se abrió un mundo muy interesante, porque a uno lo enseñaba a pensar. En la ciencia experimental uno se basa en los hechos y en la filosofía se aprende a pensarlos con rigurosidad. Eso a mí me captó, me di cuenta de que era esencial para la formación de la gente”, dice para explicar cómo nace la visión de la medicina que hasta el día de hoy enseña en las aulas de la Finis.
De vuelta en la Escuela de Medicina tras dejar el seminario, el futuro doctor siguió alternando en esos dos mundos: tomó una beca donde pudo alternar la formación especializada en pediatría y antropología. Tuvo la fortuna de que su primer destino laboral a inicios de los ’70 estuvo en Francia donde aprendió a lidiar con la paradoja del final de la vida en neonatología.
“En Francia había un solo centro de cuidado intensivo en neonatología. Me quedé dos años y aprendí de una forma de cuidado y atención que no existía aquí en Chile, no se conocía. Me di cuenta de que muchos de los niños que allá se salvaban era porque había ventilación mecánica y una cantidad de otras cosas desconocidas en Chile. Acá se morían porque en esa época la pediatría chilena estaba centrada en temas como la desnutrición, la diarrea, la infección. Entonces me vine con la idea de realizar aquí el cuidado intensivo para niños”, recuerda.
Tras un paso por la Universidad de Chile, marcado por las turbulencias políticas de la época, finalmente pudo fijar residencia en la Universidad Católica. “Desarrollé el primer centro de cuidado intensivo con otro grupo de neonatólogos que se había formado en Estados Unidos y en Canadá. Todavía está y es líder en neonatología en Chile y en Latinoamérica”, dice con satisfacción sobre la tarea que implicó además de atender, formar e investigar. Con esa experiencia exitosa, el Hospital Clínico de la UC le encarga formar el servicio de pediatría en 1987. “Antes de eso toda la pediatría se hacía fuera, en los hospitales Sotero del Río y Roberto del Río”, detalla.
Su trayectoria en el campo de la medicina clínica cambió cuando realizó un diplomado de bioética donde destacó. El entonces decano en la Facultad de Medicina, Pedro Rosso, le ofrece tomar la dirección del Centro de Bioética de la PUC. Con la idea de combinar sus responsabilidades el servicio de pediatría y dedicar un par de mañanas a bioética, fue a especializarse a Estados Unidos, al Kennedy Institute cuando empezaba el nuevo siglo, en 2000. “Y ahí me di cuenta de que este es un buque. Era demasiado grande para dedicarle sólo dos mañanas. Entonces me tuve que concentrar en la dirección del Centro de Bioética”, recuerda.
Porque todos los problemas de bioética estaban ya sobre la mesa: el inicio de la vida, la investigación con células madre, la fertilización in vitro, la edición del DNA, en fin. Era una cantidad de cosas tremenda. Al frente del Centro de Bioética UC el doctor Ventura-Juncá fue haciendo escuchar su opinión, una que tenía sentido de trascendencia, pero se basaba en evidencia. A través de seminarios, publicaciones y debates en la prensa fue instalando su mirada sobre el aborto, el final de la vida, la proporcionalidad de los cuidados, la relación médico paciente.
Esto empieza con una fuerza muy grande por los avances en tecnología. Ya trabajando en la clínica en cuidado intensivo se nos planteaba la duda de hasta dónde llegaba uno con los tratamientos. Siempre le digo a los alumnos que uno tiene que cuidar y prolongar la vida, pero razonablemente. No tenemos que prolongarla a cualquier costo.
El médico recuerda que para dar respuesta a todas las interrogantes que abría la nueva era, crearon el primer magíster en Bioética junto en una línea de antropología cristiana. “Tuvimos una cantidad de postulaciones enormes, no pudimos aceptarlas todas. Era un tema fascinante, no solamente teórico, sino que muy práctico, porque se estaban decidiendo cosas en el ámbito de la medicina y en el ámbito legal. La clonación, por ejemplo. Fui muchas veces al Parlamento a exponer”, cuenta.
Bueno, la discusión era cuándo comienza la vida. Algunos parlamentarios ni siquiera sabían dónde se producía la fecundación. Cuando les explicaba que no era en el útero, sino que en la trompa de falopio, muchos reconocían no saber. Los parlamentarios con esto han aprendido mucho, la gente en general. Eso fue un gran paso. Ahora, la pregunta que queda es cuál es la dimensión moral de ese ser humano, ahí está la gran discusión. ¿Comienza en el día catorce, cuando hay movimiento o no se da hasta que nace? Algunos dicen que incluso después de nacido, que no son personas hasta que no son capaces de tomar decisiones. Es un tema clave de la antropología.
A los 75 años Patricio Ventura-Juncá dejó el Centro de Bioética de UC. Pero lejos de jubilarse, apareció la oportunidad de asumir un cargo similar en la Finis Terrae. “Me dijeron allá vas a poder proyectar lo que tú has aprendido aquí y desarrollarlo en una universidad que tiene valores semejantes a los nuestros. Así que el año 2013 asumí la dirección del Instituto de Bioética en la Finis por cinco años”, resume sobre una labor que implicó hacer cambios incluso desde lo curricular a la formación médica en la Universidad: “Logramos que se introdujeran un curso de formación general en ética médica y otro de bioética”.
En plena vigencia profesional, la trayectoria de Patricio Ventura-Juncá fue reconocida en 2022 por la Facultad de Bioética del Pontificio Ateneo Regina Apostolorum de Roma, en colaboración con la Asociación Internacional Santa Elena Emperatriz, con la entrega del premio “Una Vida por la Vida”. Su promoción de la defensa de la vida humana desde la concepción ha tenido alcance internacional.
Sigue ligado a Finis Terrae como profesor en la carrera de Medicina y publica junto a sus alumnos acerca de los nuevos temas que lo hacen pensar acerca de la vida con rigor científico: epigenética y sostenibilidad.
“Me preocupa lo que ha pasado con la naturaleza, hemos ido destruyendo el entorno. Por qué producir más, para qué tener más industria”, se cuestiona. “La gente se ha encandilado con la tecnología. Estamos hoy pendientes del chat GPT, donde se pueden encontrar tanta información, pero no el sentido de las cosas”, postula. “Nos estamos quedando sin niños y eso preocupa mucho a los chinos porque dicen ¿quién va a cuidar a los viejos después?”, agrega.
Ahí hay dos temas. Había una posición de la Iglesia Católica que dice que la unión de amor del hombre y la mujer está intrínsecamente unida a la procreación. Esa era la discusión clásica de la fertilización in vitro, pero cuando hice mi sabático en Italia el año 2007 vimos que más allá de esto estaba la ecología, o sea, nosotros durante todo el trayecto vital no somos seres aislados, dependemos todos del entorno. Entonces en una fecundación que no se produce en la trompa de Falopio, con condiciones naturales estables con un intercambio directo con la madre, sino que en una placa de Petri aparece un elemento en la biología del siglo 21 que se llama la epigenética. Antes se creía que todo estaba definido por los genes; sin duda son muy importantes y son la base, pero que se exprese o no un gen depende mucho del entorno. Entonces nosotros publicamos una revisión de todos los estudios que hay en animales, sobre todo en mamíferos, respecto a fertilización in vitro. Fue publicado en el 2015 en Biological Research y, para sorpresa mía, me dicen que es el artículo del centro que ha tenido más impacto estos últimos dos años.
Que en animales la sobrevida, el desarrollo y otras cosas más están significativamente más alterado en los nacidos por fertilización in vitro.
Hay muy poca conciencia todavía. Lo primero en que todos deberíamos estar de acuerdo es que la gente que quiere acceder a la fertilización in vitro debería tener una información completa y comprensible no sólo de los costos económicos sino de una serie de otros costos. Nosotros queríamos hacer ahora la investigación de qué pasa en los humanos, pero el gran problema es que en humanos no hay trabajos con suficiente número de niños para tratar de sacar conclusiones muy definitivas. Quisiéramos convocar a todos los que han nacido por fertilización in vitro, pero algunos ni siquiera saben que nacieron así.
El doctor propone una política pública con este fin: “El Estado debería financiar una investigación así. Hay un lobby muy importante de los que hacen fertilización in vitro, dicen que esto es igual que la fertilización natural, que no pasa nada; y eso no es científico”, concluye.