Dejó el mundo rural para que sus seres queridos pudieran sonreír con dignidad. Este joven odontólogo de la Finis hoy estudia en Estados Unidos para que su logro sea global.
Alberto Segundo Inzulza Galdames, Cirujano Dentista de la Universidad Finis Terrae
Magíster (c) en Salud Pública, Universidad de Harvard, Estados Unidos (2023). En 2018 realiza una pasantía en la Universidad de Okayama, Japón. Es Cirujano Dentista de la Universidad Finis Terrae (2018). Fue Presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Finis Terrae y también presidió el Centro de Estudiantes de Odontología. Fue secretario general del Consejo de la Juventud de la municipalidad de Providencia, interno en odontología en la Armada de Chile, ejerció en Uno Salud Dental y fue Jefe de Gabinete del seremi de Educación del Maule. Ha hecho voluntariado con la fundación Desafío Levantemos Chile y en un hospital y un colegio de Tumlingtar, Nepal.
La sonrisa de Alberto Inzulza no le cabe en la cara. Es amplia y franca. Y él lo sabe. “Ando sonriendo todo el día”, dice a través de una conexión de Zoom desde una de las bibliotecas de la Universidad de Harvard, donde cursa un magíster en Salud Pública. Llegar a ese lugar era más que un anhelo para este joven de San Clemente, en la Región del Maule. “He tenido dos sueños en mi vida. Uno era llegar acá a Harvard y el otro era ser dentista”, declara con felicidad el primer odontólogo chileno en ir a Harvard para estudiar salud global.
Alumni de la Finis, Alberto se define como un dentista poco convencional. Su carrera no se ha enfocado en ejercer la práctica clínica de la profesión, sino que ha querido darle a la salud bucal un alcance mayor. Uno que lo conecte con el bienestar de la sociedad. “Para mí la salud pública y la sonrisa son lenguaje universal. No hay ninguna persona que no aspire a estudiar salud pública que no busque la dignidad, la justicia y la equidad a través de la salud”, dice.
En segundo año de la carrera estaba ya postulando a presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad. Había gente que decía, pero ‘oye, ¿pero por qué? Y yo decía ‘¿pero por qué no?’. Yo era de la primera generación que estaba entrando con becas y ya se estaba discutiendo la gratuidad. Pensaba por qué no hacerlo, si nuestra Universidad se compone de diferentes realidades, la Finis somos diferentes rostros que la construyen. Que tenga ese sentido de lo humano es lo que más me gusta de la Universidad. Le tengo un cariño enorme porque me abrió muchas puertas y también confíó mucho en mí al decir “ok, acá tengo un dentista que no es el perfil tradicional de egreso que tiene nuestra Universidad, que está enfocando en 100% su carrera hacia otro lado, pero lo vamos a apoyar”.
Claro. O sea, bienvenidos sean los expertos que hacen la rehabilitación más maravillosa o que hacen la implantología más maravillosa, pero hoy día también se necesita entender la odontología en relación al desarrollo integral del ser humano.
Obviamente se enseñaba el amor por la salud pública, la epidemiología y todo eso. Pero esto trasciende el aula. La convivencia universitaria, el espacio de participación, fue clave para mí. Era un espacio que se me dio desde una visión pluralista. Y ese es un sello muy importante de la Universidad que pude desarrollar. Claro que hay un factor técnico en el sentido curativo y rehabilitador que agradezco, pero profundamente agradezco más el valor de la centralidad del ser humano.
Alberto cuenta que para apoyar su desarrollo profesional, hacia el final de su carrera, la Finis lo ayudó a gestionar una pasantía en la Universidad Okayama, en Japón. Y él, en su empeño de hacer su propio camino, hizo un desvío en el retorno: “Esa pasantía me abrió la puerta para poder irme a Nepal. Estuve allá casi seis meses. Volví porque fue el decano el que me dijo, “Alberto, vuélvete, necesito que te gradúes, por favor”, sonríe con amplitud.
¡Feliz! Si estaba en mi salsa: estaba trabajando como dentista y haciendo clases en un colegio sobre participación ciudadana, higiene y salud. Pero claro, me tenía que titular. Tenemos una relación de oro con el decano, fue como un papá en la U para mí. Entonces, volví, me gradué y gané el premio al mérito gremial del Colegio de Dentistas por el aporte a la odontología a nivel nacional. Siempre participé en la Asociación Nacional de Estudiantes de Odontología. Hasta fui al Congreso una vez para hacer una presentación por la acreditación obligatoria de la carrera. Entonces, claro, sin quererlo o queriéndolo quizás, todo se fue encaminado hacia la convicción de que un dentista tiene que hablar de política y de economía, debe entender que la odontología es parte de la salud y la salud es parte del desarrollo del país. Ese fue siempre mi discurso de hacia dónde quería llevar mi carrera.
Con que hoy día también se necesita en nuestro país gente que entienda la relación de la odontología con el desarrollo integral del ser humano. Tenemos que estar vinculados con cómo evoluciona la salud en nuestro país, cómo se desarrolla la reforma sanitaria, cómo nos hacemos parte de entender que el servicio público es un espacio en que tenemos que estar, que tenemos que conquistarlo y que tenemos que reformarlo en conjunto para alcanzar, como objetivos básicos, la atención digna y de calidad, sin importar donde sea. Hay que tratar dignamente en cada espacio en que uno se encuentre, sea la consulta más lujosa que puedas encontrar en Santiago o el espacio más rural, como en el de donde vengo, en San Clemente.
Obviamente se enseñaba el amor por la salud pública, la epidemiología y todo eso. Pero esto trasciende el aula. La convivencia universitaria, el espacio de participación, fue clave para mí. Era un espacio que se me dio desde una visión pluralista. Y ese es un sello muy importante de la Universidad que pude desarrollar. Claro que hay un factor técnico en el sentido curativo y rehabilitador que agradezco, pero profundamente agradezco más el valor de la centralidad del ser humano.
Alberto Inzulza recuerda que fue creciendo en la Séptima Región donde empezó a aprender que la salud y la sonrisa serían los lenguajes con que quería comunicar que era necesario mejorar la sociedad. “Las realidades que se viven en nuestro país son muy distintas. Y si hay un reflejo de la inequidad en nuestro país, ese es la salud bucal. El poder sonreír plenamente tiene relación con otros factores, como la justicia social y la dignidad”, declara.
Me preguntaba por qué mi abuela, habiendo trabajado toda la vida en agricultura, pero siendo joven aún, no se reía. Mi mamá tampoco se reía, porque cuando era muy joven no tuvo acceso a una odontología de calidad y le pusieron tapaduras metálicas en los dientes de adelante. Las condiciones que nos rodeaban no permitían costear un odontólogo que pudiera hacer mejores cosas. A medida que fui creciendo eso me fue afectando. Cada vez más me afectaba el no ver sonreír a la gente que uno quiere. Con los años fui entendiendo que existían prótesis o coronas de calidad. Pero más allá de entenderlo, me afectaba que las personas no pudieran interactuar, comunicarse, enamorarse de una forma plena ¿Para qué trabajamos tanto en la vida? ¿Cuál es el objetivo al final de trabajar tanto si no se busca la plenitud, el bienestar, el interactuar como comunidad?
La decisión de estudiar en Santiago y no en Talca no fue fácil. Implicaba un esfuerzo económico para la familia, pero Alberto tenía opciones de lograr becas en la Universidad. “Me fui a Santiago más pobre que rata. Me fui con una olla, una lechuga y veinte vienesas que mi mamá echó dentro de la olla. Me dijo, “no sé cómo lo vas a hacer”. Pero fue apareciendo gente en el camino que me brindó una mano. No tenía dónde quedarme y me llamó una conocida que me dijo: “Hola, me dijeron que tú eres muy simpático, amable. Vivo acá en Santiago, ¿te querrías venir a vivir conmigo? Le dije que no tenía plata, y no le importó”. Y ahí viví los cinco años de la Universidad. Sentía esa responsabilidad de estudiar odontología, era un honor. Era algo que anhelé mucho, un sueño.
Al final de su carrera, Alberto tuvo la posibilidad de volver por unos meses a trabajar a su zona. Fue jefe de gabinete del Seremi de Educación y al final del día atendía en un Cesfam.
“Yo atendía a mi abuelita en mi propio Cesfam, donde trabajaba en la noche. Y, claro, eso cerraba un círculo, pero a la vez te abre la otra pregunta: cómo logramos que esto se vuelva algo más masivo. Cómo logramos que no sea solamente el dentista cambiando la visión curativa de la atención de salud. Cómo hacemos las cosas a nivel más macro, a nivel de Estado. Y ahí nace este amor por las políticas públicas, que es algo que me apasiona porque es la única forma de cambiar las cosas”, dice. Y vuelve a sonreír.