Con el slogan “de alas y raíces”, el pintor lideró por 20 años la Facultad de Arte, revalorizando el dibujo como elemento central de la plástica.
Mario Toral Muñoz. Pintor, grabador y fotógrafo.
Nació en Santiago el 12 de febrero de 1934. A los 16 años comienza sus estudios y exposiciones en Uruguay y en Brasil, formación que continuó en París, entre 1957 y 1964. En 1973 se radica en Nueva York, donde fue nombrado Artista en Residencia en la Universidad de Fordham y en 1977 obtuvo la Beca de la Fundación Guggenheim. En 1993 creó la Escuela de Arte de la Universidad Finis Terrae, y comenzó el mural “Memoria visual de una nación” en la estación de metro Universidad de Chile. Actualmente prepara un mural para Lota.
Es Miembro de Número de la Academia de Bellas Artes del Instituto de Chile. Ha hecho exposiciones en casi 40 museos y galerías de todo el mundo y ha recibido más de 20 premios y becas.
Aunque en 2001 dejó el decanato de la Facultad de Artes que él mismo fundó, la relación de Mario Toral con la Universidad Finis Terrae se mantiene a 30 años de la inauguración de su Escuela de Arte. En 2023 la casa de estudios lo postuló, una vez más, al Premio Nacional de Arte.
“Varias veces me han nominado, pero nunca me lo he ganado. No me mata. Tengo muchos otros premios, como el Guggenheim, por ejemplo. El Premio Nacional lo dan un poco por política y eso no me importa”, responde uno de los artistas plásticos locales más reconocidos a nivel internacional, dando cuenta de su segura y singular perspectiva frente al arte y la vida.
El de Mario Toral es un nombre imprescindible en la historia de la plástica en Chile. En 1950, y con solo 16 años, viajó a Argentina, Uruguay y Brasil. “Decidí encontrar por mí mismo mi camino. Fue duro. Pasé pellejerías, dormí en plazas, cosas de un joven aventurero”, recuerda a sus 89 años, desde su casa-taller en la zona oriente de Santiago.
Antes de cumplir 20, hizo su primera exhibición individual, “Relieves”, en el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo. En 1957 cumple su sueño de viajar a Francia, donde estudia en la prestigiosa Ecole des Beaux Arts de París. Gracias a sucesivas becas, extiende por siete años una formación de excelencia. “Desde la ventana de la escuela se veía el Louvre y sabíamos que ahí estaba, por ejemplo, ‘La balsa de la Medusa’ (ícono del romanticismo francés), las obras primas de Picasso, de Delacroix, de los grandes maestros. Incluso de la Edad Media y también el arte egipcio, de Mesopotamia”, dice con los ojos brillantes de emoción, convencido de que viajar y conocer el mundo es básico para la formación de futuros artistas.
De vuelta en Chile, en los 60, incursiona en la docencia en la Universidad Católica y trabaja con figuras como Pablo Neruda, para quien ilustra sus libros “20 poemas de amor y una canción desesperada” y “Alturas de Machu Picchu”. En 1973 Toral viaja a Nueva York, que se transformaría en su hogar por más de dos décadas. En eso estaba, viviendo una intensa vida social y artística, cuando en 1993 recibe no uno, si no varios llamados desde Chile.
Al otro lado del teléfono estaban Pablo Baraona y Roberto Guerrero, fundadores y ex rectores de la Finis Terrae, tratando de convencerlo de unirse al proyecto. “Yo daba clases en forma gratuita en el museo del barrio, que era como un museo-escuela, para la población más bien pobre de Nueva York, en la calle ciento y tanto. Hasta la calle 90 y algo está la gente pudiente, el Nueva York intelectual, y después vienen los suburbios”, describe.
En las clases que daba vi que la necesidad número uno para llegar a ser artista o incluso aunque no seas artista ni vayas a serlo, sino sólo para apreciar el arte, es el dibujo. Entonces, le dije a Baraona y a Roberto (Guerrero): “Mira, me seduce, porque puedo poner en práctica mis ideas sobre lo principal que es en el arte el dibujo”.
Los fundadores aceptaron. “Lo primero que noté es que las clases de dibujo prácticamente no existían en las otras escuelas de arte que había en Chile. Los alumnos llegaban y les decían: ‘pinten’. Entonces, no había solidez. Porque si tú miras la obra de cualquier artista, es en sus dibujos dónde está la síntesis de lo que después van a ser”, afirma.
Toral continúa: “Picasso, Matisse, todos dibujan. Porque el dibujo es la arquitectura, es lo que sujeta y hace visible los pensamientos. Como te digo, había escuelas que tenían una clase a la semana. Entonces dije: ‘vamos a tener ocho clases de dibujo’. Y fue un muy buen resultado. Porque se nota ahora. Diría que casi todos los artistas que estudiaron en esos años y después, le dieron importancia al dibujo, dibujaron mucho”.
Sí. Y artista que pasaba por Chile lo invitábamos a dar conferencia, especialmente en dibujo. También contraté muchos artistas- escultores para que dieran clases al comienzo. La escultura es un dibujo visto en forma tridimensional. Para dibujar la figura humana hay que estudiar anatomía, conocer qué otros artistas lo hicieron, conocer la historia del dibujo. El éxito que tuvo esa escuela fue básicamente por el dibujo.
[Sonríe antes de contestar] “El arte y la política no se dan bien. Por una razón muy sencilla. ¿El político tiene hambre de qué? De poder. El pintor, el artista, ¿de qué tiene hambre? De belleza. Son cosas antagónicas. Entonces, ni siquiera me cuestioné que llegaran jóvenes, algunos becados de barrios modestos, que tal vez ideaban política, pero no para que yo se las enseñara. Porque la política tiene otro canal, así que nunca hubo ningún conflicto. Con los profesores era igual. Y en eso debo decir que la universidad fue muy amplia. Porque cuando me nombraron decano y fundador dije: “Tengo que tener libertad para elegir la gente que va a enseñar en esta nueva escuela”. Me contestaron: “Mario, la tienes totalmente 100%. Y eso me lo dijo Baraona, súper momio, pero con visión”, dice sonriendo nuevamente, recordando a su amigo fallecido en 2017.
Entendiendo que las diferencias no tienen que ver con sus capacidades de aprender. Cuando me refiero a alumnos deprivados que ingresan a la universidad mediante la gratuidad, nosotros nos hacemos cargo de una realidad distinta que es maravillosa por lo desafiante que es. Ya tenemos instalado un sistema para estar muy encima: hay cursos de nivelación, hay acompañamiento social porque a veces puede pasar que haya necesidades económicas de comida o transporte. Entonces, también tenemos la red social que da la gratuidad para las ayudas materiales.
Pero, dicho todo esto, nuestro foco y lo que a mí más me mueve, es poder hablarles y preguntarles: “A ver, ¿cómo estás tú? Porque me importas”. Eso es considerarlo, validarlo. Queremos que en nuestra Universidad los alumnos no sean un número, queremos conocerlos, que tengan una relación muy cercana con los formadores y que el que quiera o lo necesite, encuentre aquí también la fe. Para eso tenemos misa y un sacerdote. Lo que me apasiona del proyecto educativo de los Legionarios es eso:
buscar el desarrollo de la persona humana en su integralidad.
Toral no elude los prejuicios que, sobre todo en sus inicios, pesaban sobre las universidades privadas. “Providencia, Pedro de Valdivia, era, por decirlo, un barrio semi exclusivo de gente de clase media para arriba. Pero se fueron dando cuenta que pintar no es una cosa preciosista. Es estudiar el mármol, el cobre, la arcilla, es ensuciarse”.
Eso fue cambiando. Y cuando he ido a la universidad ahora, ya no es la pituquería. Hay de todo. Como debe ser. Cuando estudié en París, teníamos una visión global de lo que es el arte, cosa que aquí no tenemos. Entonces, a veces el arte de aquí es muy provinciano, porque estamos como en la epidermis del mundo. Surgen personas que creen en eso de Talca, París y Londres. Y no es así. Yo quise abrirles la visión”.
En paralelo a la creación de la Escuela de Arte de la Finis Terrae, Toral recibió otra invitación ese año 1993: la creación de un mural de mil 200 metros cuadrados para la estación de metro Universidad de Chile. “Estaba viviendo en Nueva York, entonces venía una o dos veces al mes por la escuela y para hacer este mural”, dice sobre la monumental obra llamada “Memoria visual de una nación”. Para abordar este ambicioso trabajo, Toral cuenta que se inspiró en la poesía. “Tomé cuatro poetas por su importancia. Dos comunistas, Pablo Neruda y Pablo de Rokha. Y los otros dos no eran comunistas, pero eran tirados a la izquierda: Gabriela Mistral y Vicente Huidobro. Entonces, llevaba a los alumnos a ver y explicarles cómo la historia de Chile está dicha por estos señores que no se metieron directamente en política, pero que después del paso de la historia sí que van a ser un testimonio de esa época”.
Sí, coincidió. Fue un tiempo muy ocupado, porque tenía que exponer en distintos países, vivir en Nueva York, que es una ciudad muy agitada, dar clases y que la Escuela no se desviara en mi ausencia, porque en el mundo hay energía positiva y negativa. Hay gente que puede decir ‘¡dibujo! ¿para qué? ¡que pinten!’ Ignorantes.
Inventé un slogan: Alas y raíces. Raíces en el pasado, en la historia, en tu vida. Y alas para volar. Ese es el meollo, lo importante del arte. Sacar lo que uno tiene adentro sin importar lo que sucede, porque todo lo que sucede puede desaparecer, todo es frágil. El rol del artista es mantener lo que era frágil para la eternidad.
Mario Toral hace este repaso por su historia personal y universitaria desde su casa rodeada de naturaleza, acompañado de dos perros inmensos y con su viejo y querido Mercedes Benz en panne fuera de su taller, donde está inconcluso su último mural de 22 metros, inspirado en los yacimientos de carbón de Lota.
En 2001 dejó el decanato. “Me retiré porque ya había estado muchos años. Murió mi secretaria muy querida. Muchos de los profesores ya habían volado. Ya eran pintores. Conseguí ver pintores de verdad que estudiaron cuando yo era profesor. Y les fue bien a muchos. La Escuela de Arte de la Finis Terrae está volando sola y ha tenido buena gente, como el decano que hay actualmente, Enrique Zamudio, que lo está haciendo muy bien”.
El inquieto artista hoy se mueve poco. Tiene una fractura en un pie provocada por el excesivo cariño de uno de sus perros, que lo botó. Pero el dolor físico no es el único motivo de su reclusión. “Trato de eliminar lo más posible mi vida social. Después de los 40 años comienzas a ver que en algún momento la vida se acaba. Entonces no quieres perder el tiempo. He sido muy sociable, una fiesta para allá, otra para acá. Llegó un momento que no me importa nada. Me importa pintar y estoy pintando mucho”