La vocación por educar hizo que un exitoso hombre de negocios cambiara su vida en 180º grados para dedicarse la formación universitaria. Hoy lidera el proyecto académico de la U. Finis Terrae.
Juan Eduardo Vargas Duhart, Vicerrector Académico de la U. Finis Terrae desde junio de 2022.
Ingeniero Comercial, Master of Arts en Filosofía. Tiene una larga trayectoria en el ámbito financiero y de la educación, habiendo sido el primer subsecretario de Educación Superior de Chile, entre agosto de 2019 y marzo de 2022. Antes fue jefe de la División de Educación Superior del Ministerio de Educación. También ejerció como vicerrector de pregrado de la Universidad del Desarrollo. Realizó sus estudios superiores en la carrera de Ingeniería Comercial en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), luego cursó un Magíster en Filosofía de la Universidad de Navarra, España. En finanzas, trabajó entre 1997 y 2008 en LarrainVial, llegando a ser socio.
A los 38 años Juan Eduardo Vargas era socio de uno de los bancos de inversiones más grandes y reconocidos del país, Larraín Vial. Su carrera como ingeniero comercial había llegado a la cima profesional, pero interiormente sentía que existía algo pendiente:
“Tuve la inquietud de hacer algo distinto. Sin perjuicio de que estaba muy contento en lo que hacía, lo pasaba bien haciendo asesorías y negocios muy entretenidos, desafiantes, además de tener una vida muy cómoda. Pero claro, estaba esta inquietud profunda de la que diría que tuve el mérito de darle cabida y no dejarla pasar. Y, de alguna forma, la vinculé con las humanidades y con la educación”, cuenta hoy instalado en la oficina de la Vicerrectoría Académica de la Universidad Finis Terrae.
El camino de Vargas hasta este lugar comenzó a trazarse en su hogar de origen. Como hijo de padres historiadores, el segundo de seis hermanos, todos humanistas y mayoritariamente profesores, recuerda que a él le tocó lidiar vocacionalmente con el dilema de ser un buen alumno que tenía resultados de excelencia académica en todas las asignaturas. Eso fue lo que en los años 80 lo hizo decidirse inicialmente por una carrera donde, suponía, podría aproximarse a un currículo más flexible donde se diera cabida a toda su inquietud. “No te diría que los números fuesen lo mío, me gustaba la lógica que está detrás de los números. Esa fue la razón por la que finalmente estudié Ingeniería Comercial. Pero soy profundamente humanista. No tengo ninguna duda de que lo mío era eso, lo humanista”, declara hoy. Desde el ejercicio profesional en Larraín Vial, el hombre de negocios comenzó a dar cabida a su inquietud tomando algunos cursos semestrales de filosofía en la PUC y en el año 2008 viene su decisión más radical, cuando parte a estudiar un Magíster en Filosofía a la Universidad de Navarra.
Todo esto surge en un contexto de camaradería con un grupo de reflexión donde me cuestiono si el poder ayudar a la formación de otros no debía ser un camino al cual yo dedicara también parte de mi vida. Cuando esta idea empieza a cobrar fuerza, digo “bueno, démosle la oportunidad para ver si efectivamente por aquí hay un camino y hagamos un paréntesis. Vámonos dos años”. Pero claro, estando casado con cuatro niños no era tan fácil. Fue un poco la gran apuesta. Pensaba que la filosofía me iba a proveer de poderosas herramienta para poder insertarme en el mundo de la educación.
Esto llega y va agarrando fuerza en un momento en el que trato de ser muy honesto conmigo mismo y, en mi caso, también trato de buscar lo que Dios quiera de mí. Pero no denostando lo que hacía previamente, no pensando que eso es malo. Evidentemente esto es mucho más trascendente. Y después de una serie de hechos que han ocurrido en nuestro país, te digo que menos mal, gracias a Dios, que elegí esto. O sea, creo que se puede hacer un buen aporte a la sociedad desde ambos ámbitos. Tengo los mejores recuerdos de la gente de Larraín Vial.
Luego, Juan Eduardo hace una pausa. Reflexiona situando su pensamiento en un momento específico de su experiencia y sentir, y agrega:
“Fíjate que después del estallido social, un momento caótico de Chile donde estaba en el Gobierno (como subsecretario de Educación Superior), una de las cosas que recuerdo y que me daba una tranquilidad enorme, es haber podido estar con mis hijos, haber podido conversar con ellos y que vieran que en esos momentos tan difíciles, tan convulsionados, su papá estaba tratando de aportar. O sea, si yo hubiese estado en ese momento en un banco de inversión me hubiera cuestionado entero, “¿por qué estoy acá y no estoy en otra parte?”. Te diría que tengo ese recuerdo, de muchas veces llegar a mi casa y decir “qué bueno”. Ahí también tuve esta tranquilidad de decir “Esto tenía sentido”.
El camino profesional de Juan Eduardo Vargas en educación siempre ha estado ligado a la formación terciaria. De regreso a Chile tras su master en España se unió a la UDD y como asesor del ministerio de Educación. Luego fue jefe de la división de Educación Superior del Mineduc y, cuando se creó la institucionalidad para la subsecretaría de Educación Superior, su nombre fue el elegido para implementarla.
Lo respondo de la siguiente manera: si una institución se declara de identidad católica como es ésta, ello debe tener necesariamente algún impacto en lo que hace esa institución. Parecería raro que una institución que se diga católica sea absolutamente igual a la universidad de al lado que no lo es. Entonces ¿de qué sirve ser católico? El hecho de ser católica no significa jamás algún tipo de impedimento a la libre discusión de cualquier tipo de temas. Ser universidad católica implica una genuina preocupación por el impacto que la persona que formamos pueda generar en la sociedad. Debemos propiciar el bien común como institución y a través de nuestros egresados. Pero eso, en ningún caso, puede implicar algún tipo de adoctrinamiento. Una universidad es el lugar en donde por excelencia debe primar el diálogo, la razón, la conversación, el discutir con todos los antecedentes arriba de la mesa, pero en ningún caso la imposición, el adoctrinamiento; sin perjuicio de que, por supuesto, la fe puede iluminar la razón.
A mi juicio una universidad católica debiese tener de todas maneras un ojo puesto en la formación integral de sus estudiantes. No tiene sentido pensar solamente en la formación de buenos médicos o buenos ingenieros sin que haya una formación más de fondo, a la parte más humana, más ética de los estudiantes. Es importante el poder también mostrar un camino hacia la trascendencia. Esto es difícil, porque es mostrar un poco un horizonte al estudiante que le permita ver si él está de acuerdo que eventualmente hay algo más allá. Pero evidentemente no puedo adoctrinarlo desde el punto de vista de decir “Dios existe, cree en Dios. Este es el camino en el cual nosotros los católicos creemos”. Pero sí pienso que a través de la reflexión más profunda, de carácter filosófico, probablemente podemos mostrar caminos que por la vía racional permitan al estudiante darse cuenta de que es una parte muy pequeña de algo mucho mayor. Y eso debería generar en él, al menos, una inquietud. Y bueno, por supuesto, habrá una Pastoral para que todos quienes quieran participar, habrá una serie de otras actividades, también veremos curas caminando por los campus y es fantástico que así sea. Pero en lo que dice relación con la formación, creo que hasta ahí debemos llegar.
Me atrajo la posibilidad de venir a una universidad que tiene hoy en día un perfil de estudiante que es distinto o, incluso, radicalmente distinto del que era en sus inicios. Me atrajo al punto de que pensar que esto probablemente tiene más mérito, es más difícil; sin desmerecer lo que se hace en otras partes. Pero me pareció atractivo. Me gusta el desafío, me atrae. Porque además veo también el beneficio que uno puede provocar. Si lo llevamos a términos económicos, sin duda el valor agregado que uno puede generar en la sociedad es mucho mayor cuando se recibe un estudiante que viene con enormes carencias de todo tipo y, finalmente, lo saca adelante a través de un proceso formativo en una universidad que está pensada a escala humana, con cursos pequeños, con profesores cercanos, con todo un ambiente que trata de tirarte para arriba, con una universidad que se mueve por patrones distintos. Creo que se puede lograr que ese estudiante, y efectivamente así lo dicen los números, salga de acá y pueda competir prácticamente a la par con estudiantes que egresan de universidades más selectivas que esta. Y eso, especialmente en el Chile de hoy, me hace más sentido. Y no tiene ningún afán de desmerecer lo que se hace en otras partes.
A mí al menos me atrajo. Y me desafía también porque hay otras cosas que hay que ir cambiando: tratar de construir ahora, por ejemplo, una verdadera diversidad, que también será súper beneficioso para la institución. Porque que recibamos alumnos de niveles más bajos no puede ser impedimento para la entrada de alumnos de segmentos más altos, porque es en esa total diversidad donde se produce la verdadera riqueza.